La mano de Jensen sobre la mía fue lo único que me mantuvo anclada a la realidad en ese momento. Cerré los ojos, intentando hacer que las lágrimas se detuvieran, pero fue imposible. Sentía que lo había arrastrado a su perdición, que lo había llevado al límite. El beso... todo lo que habíamos hecho, todo lo que él había hecho, estaba en duda ahora. Él era un cura, un hombre de fe, y yo lo había provocado, lo había empujado hacia un lugar al que no pertenecía.
—No llores —me pidió con esa voz suave, con esa calma que siempre traía consigo, como si con sus palabras pudiera borrar el desastre que éramos.
Pero las lágrimas no paraban. No porque él me lo pidiera, no porque intentara consolarme. Todo dentro de mí estaba roto y no había consuelo que pudiera arreglarlo.
—Te llevo a casa —dijo entonces. Pero yo negué de inmediato, sin siquiera pensarlo.
—No... no puedo volver. Eric debe estar buscándome —dije, mi voz apenas un susurro entrecortado por el llanto. No podía enfrentar a Eric, no aún. No después de lo que había pasado, de lo que me había intentado hacer. No después de haber llegado aquí, a los brazos de Jensen.
Lo vi dudar, sus ojos verdes oscilando entre lo que era correcto y lo que sabía que no podía hacer. Yo era su responsabilidad ahora, al menos en ese momento, y ambos lo sabíamos. Pero no podía simplemente dejarme sola en la iglesia. Sabía que él no lo haría, no podía, no después de lo que habíamos compartido. Y tampoco podía dejarme dormir en el piso, eso lo supe en cuanto me ofreció la única alternativa que tenía en mente.
—Ven a mi casa. Al menos hasta que todo se calme. Necesitas descansar, dormir un poco.
Negué nuevamente, casi instintivamente. Ir a su casa... era algo tan íntimo, tan personal. Su hogar era su refugio, y yo... yo no tenía derecho a estar allí. Pero él insistió, su mano aún sobre la mía, como si ese pequeño gesto fuera suficiente para arrastrarme hacia su mundo. Entonces, con una suavidad que me paralizó, tomó mi mejilla. Su tacto fue como una descarga eléctrica que recorrió mi piel, haciendo que cada fibra de mi ser se tensara bajo su mano.
Lo miré a los ojos, esos ojos verdes tan hermosos que parecían saber todo de mí, incluso lo que yo misma no entendía. Eran profundos, cálidos, pero también llenos de dudas, igual que los míos. ¿Cómo había llegado todo a esto? ¿Cómo habíamos llegado hasta aquí?
—Lo siento —susurré, porque no tenía nada más que decir. Porque, a pesar de todo, sabía que lo había arruinado. Lo había arruinado para los dos.
Jensen me sostuvo la mirada, y por un momento, pensé que me volvería a besar. Lo quería, lo deseaba con cada parte de mí. Quería que me tomara, que rompiera todas las reglas por mí. Pero entonces, con una serenidad que casi me dolió, me habló, y sus palabras, aunque hermosas, me dejaron con un vacío imposible de llenar.
—No tienes que pedirme perdón, Mary —me dijo, su voz firme pero suave, trayéndome una paz que no merecía. —Si algo he aprendido, es que las almas más perdidas son las que más necesitan ser encontradas.
Sus palabras me tocaron profundamente, me hicieron sentir vista de una manera que nadie había logrado antes. Pero al mismo tiempo, esa paz que me ofreció solo aumentó mi deseo por él. Lo quería, quería que me rescatara, pero no como sacerdote... sino como hombre. Estaba a punto de romperme nuevamente, pero me resistí, tragando el impulso. Si me rendía a ese deseo, si lo tomaba en ese momento, lo perdería para siempre. Y eso... eso no lo podía permitir.
El camino a la casa fue un silencio tenso. Yo, sumida en mis pensamientos, no podía dejar de repasar todo lo que había ocurrido, lo que había dicho, lo que habíamos hecho. Las calles parecían interminables, el eco de la lluvia resonaba en los techos de los autos y en los charcos que íbamos atravesando. Jensen no dijo ni una palabra, pero su silencio no era incómodo; era casi compasivo, como si supiera que lo último que necesitaba en ese momento era más palabras.
Finalmente, nos detuvimos frente a su casa. Era una construcción sencilla pero acogedora, con una fachada de ladrillo gris y una pequeña entrada rodeada de plantas, que aunque descuidadas por la tormenta, daban la impresión de que, en días más tranquilos, habrían estado bien atendidas. Las ventanas tenían marcos de madera oscura, y una luz tenue escapaba a través de las cortinas. Parecía un refugio, un lugar tranquilo, casi sagrado, como si el caos del mundo se detuviera al cruzar la puerta.
Jensen apagó el motor y por un momento no hizo movimiento alguno, solo miró la casa con esa mirada introspectiva que siempre parecía llevar consigo. Entonces, sin decir nada, salió del auto y abrió la puerta del pasajero para mí, ofreciéndome su mano.
—Ven. Estás a salvo aquí.
Entramos y, como todo en su vida, su hogar era sobrio, minimalista. El olor a madera y algo de incienso impregnaba el aire, haciéndome sentir inmediatamente más tranquila, aunque el nerviosismo por estar en su espacio personal aún me dominaba. Las paredes eran de un blanco puro, con algunas imágenes religiosas colgadas de ellas, y una gran cruz de madera presidiendo la sala principal. En un rincón había una pequeña mesa con velas, como un altar, pero el resto de la casa era modesto. No había lujos, solo lo esencial. Era tan Jensen.
Me quedé en la entrada, empapada y sintiéndome completamente fuera de lugar. Mi ropa pegada al cuerpo no ayudaba, haciendo que me sintiera aún más expuesta.
—Puedes ducharte si quieres —dijo Jensen, rompiendo el silencio mientras se quitaba la chaqueta, colgándola con cuidado. —Te presto una camiseta, algo cómodo.
Asentí en silencio, aún intentando procesar todo. Él estaba haciendo todo lo posible para que me sintiera bien, para no hacerme sentir incómoda, pero la verdad es que yo me sentía completamente fuera de mí. Este era su mundo, no el mío, y estar aquí, en su casa, después de todo lo que había pasado... era demasiado. Pero no podía negarlo, me sentía más segura aquí que en cualquier otro lugar.
Jensen desapareció un momento por el pasillo y regresó con una camiseta blanca, sencilla, pero que para mí en ese instante parecía un gesto monumental. Me la ofreció con una pequeña sonrisa, casi tímida, mientras me señalaba el baño al final del pasillo.
—Tómate tu tiempo —dijo, sus ojos verdes reflejando una mezcla de preocupación y algo más que no podía descifrar.
Agradecí en voz baja y caminé hacia el baño, sintiendo sus ojos sobre mí mientras me alejaba. Al cerrar la puerta, me apoyé contra ella, respirando hondo. Miré la camiseta en mis manos y sonreí levemente, no por el gesto en sí, sino porque todo en ese momento, aunque caótico, parecía extrañamente correcto.
Encendí la ducha y el sonido del agua fue un alivio inmediato. Sabía que Jensen estaba afuera, probablemente en su sala, preocupado por todo lo que había pasado, pero también sabía que este momento de paz, aunque breve, era justo lo que necesitaba. Me quité el vestido empapado y me metí bajo el agua caliente, permitiendo que cada gota se llevara un poco del peso que cargaba.
Pero no podía olvidar lo que había sucedido antes, el beso, sus manos, mi desesperación por sentirme querida. Sabía que Jensen estaba luchando tanto como yo, y eso solo hacía las cosas más difíciles.
Salí de la ducha con el cuerpo más relajado pero la mente igual de agitada. La camiseta de Jensen me quedaba enorme, claro, pero era suave, cálida, y tenía ese ligero aroma a él. Me sequé el pelo como pude con la toalla, dejándolo caer sobre mis hombros, aún húmedo. No me molesté en mirarme mucho en el espejo; lo último que necesitaba era otro recordatorio de lo agotada que me sentía.
Caminé descalza por el pasillo, sintiendo la madera fría bajo mis pies. Buscaba a Jensen, y aunque no tenía idea de qué le iba a decir, solo sabía que no podía dejar las cosas como estaban. No después de lo que había pasado.
Lo encontré sentado en el borde de su cama, con la cabeza entre las manos, los codos apoyados en las rodillas, como si el peso de todo el mundo descansara sobre sus hombros. Verlo así... algo dentro de mí se revolvió. Odio verlo así. No era el hombre que solía ser fuerte, sereno, inquebrantable. Parecía perdido, igual que yo.
Me apoyé en el marco de la puerta, cruzando los brazos, sin querer acercarme demasiado pero tampoco queriendo alejarme. Mi presencia parecía apenas registrarse en él al principio. Su respiración era pesada, controlada, como si estuviera peleando una batalla interna de la que yo no era del todo consciente. Me mordí el labio, intentando buscar las palabras adecuadas.
—Jensen... —dije, mi voz suave pero firme, intentando romper el silencio que llenaba la habitación como una nube pesada.
Levantó la cabeza lentamente, sus ojos estaban nublados, con una mezcla de conflicto y algo más que no podía descifrar del todo. El silencio entre nosotros fue como una tensión eléctrica, algo que me dejaba en vilo, pero al mismo tiempo me hacía querer cruzar la distancia y acortar ese espacio entre los dos.
Me acerqué un poco, no demasiado, solo lo suficiente como para que supiera que estaba ahí, que estaba a su lado.
—No sé qué está pasando por tu cabeza ahora —comencé, con un tono más suave—, pero quiero que sepas algo.
Me paré en frente de él, con una ligera sonrisa torcida, un intento de alivianar el ambiente, aunque por dentro estaba igual de rota. Me arrodillé lentamente a su lado, apoyando una mano en su rodilla. Mi toque era suave, apenas un roce, pero sentía el calor que emanaba de su cuerpo, y de alguna forma, ese calor me calmaba.
—Nunca haría algo que tú no quisieras —le aclaré, mirándolo a los ojos.
No sabía si lo estaba diciendo para calmarlo a él o para convencerme a mí misma. Pero era la verdad. No lo empujaría más allá de lo que pudiera soportar. Lo último que quería era ser una carga, otra cosa más que él tuviera que llevar sobre sus hombros. Me quedé callada, dejando que mis palabras hicieran eco en la habitación.
Jensen soltó un suspiro largo, pasándose una mano por el rostro, como si intentara arrancarse de la piel todas esas emociones que le pesaban. Pero seguía en silencio, y el silencio me estaba volviendo loca.
—Sé que esto es complicado, y que yo... —me mordí el labio, intentando juntar el coraje— que yo soy un lío. Pero tú... —mi voz se quebró un poco—. Eres lo único que me ha hecho sentir algo de paz en mucho tiempo.
Las lágrimas amenazaban con salir de nuevo, pero me negaba a llorar. Ya había llorado demasiado. Me quedé esperando, porque en el fondo sabía que Jensen también estaba lidiando con todo esto, con lo que éramos, con lo que nunca podríamos ser. Pero una parte de mí seguía esperando, deseando que, de alguna manera, él pudiera decir algo que lo hiciera todo más fácil.
Me levanté lentamente, el aire de la habitación volviéndose más denso con cada segundo que pasaba. Quedé justo frente a él, con apenas unos centímetros entre nosotros, lo suficiente para que mi respiración se entrelazara con la suya, para que pudiera sentir el calor que irradiaba su cuerpo. Su mirada estaba fija en el suelo, y aunque no podía ver sus ojos, lo sentía, esa energía contenida que flotaba alrededor como una chispa a punto de estallar.
Esperaba algo. Una palabra, un gesto que pudiera sanar esta herida abierta entre nosotros, que pudiera volver a poner en orden lo que habíamos roto. Pero lo que obtuve fue algo mucho más oscuro.
Jensen rió, pero no era una risa amable, no era la que esperaba. Era amarga, rota, casi desesperada. Cuando levantó la cabeza para mirarme, sus ojos verdes ya no eran ese refugio seguro que había conocido. Eran algo más. Algo peligroso.
—Voy a ir directo al infierno —dijo, su voz ronca, cargada de una intensidad que me hizo temblar. La frialdad de sus palabras me golpeó con fuerza, dejándome sin aire por un instante.
Mi cuerpo entero se tensó, pero no podía apartar la mirada. Sus ojos me atravesaban, me desnudaban por completo, exponiéndome de una manera que nunca antes había sentido. Sabía que había algo detrás de esa confesión, algo más profundo, y cuando habló nuevamente, lo supe.
—No hay manera... —hizo una pausa, su mirada recorriendo mi cuerpo, como si cada palabra que estaba a punto de decir se pesara antes de ser pronunciada— no hay manera de describir todo lo que quiero hacerte, Mary.
El aire en mis pulmones se quedó atrapado. Su voz, baja y gruesa, se sentía como un temblor recorriendo mi piel. Las palabras flotaban en el aire, llenando cada rincón de la habitación con una tensión que parecía casi palpable. Me sentí expuesta, como si con cada palabra me estuviera despojando de cualquier defensa que hubiera tenido.
—Te deseo... con todo mi ser —admitió, su voz quebrándose un poco, cargada de un anhelo que me quemaba desde adentro. Lo miré a los ojos, viendo la lucha en su expresión, esa batalla interna que había intentado mantener oculta por tanto tiempo. Y ahora, por primera vez, estaba siendo completamente honesto, desnudando su alma frente a mí—. Tanto que me está quemando por dentro. Tanto que me estoy replanteando toda mi vida por ti, Mary. Todo.
El aire entre nosotros parecía vibrar, cada palabra suya dejaba una marca imborrable en mi piel. Sentí cómo el calor subía por mi cuerpo, el deseo mezclado con el miedo. Porque lo sabía. Sabía que lo estaba destruyendo.
Jensen se inclinó un poco hacia adelante, sin tocarme aún, pero lo sentí como si lo hubiera hecho. Su respiración pesada, su mirada fija en mí, devorándome con los ojos, como si quisiera fundirse conmigo en ese momento. No podía apartarme, no quería. Estaba atrapada en ese torbellino de emociones que él desataba en mí.
—Quiero hacerte sentir bien... de todas las maneras posibles. —Su voz era apenas un susurro, pero tenía más peso que cualquier otra cosa que me hubiera dicho antes. Y lo peor de todo... lo peor era que lo creía. Que lo sentía. El deseo que emanaba de él era tangible, casi me asfixiaba, me envolvía como una corriente que me arrastraba hacia lo inevitable.
Y entonces, dijo lo que yo más temía.
—Y lo sé... —hizo una pausa, sus labios apenas curvados en una mueca amarga— sé que no debería cruzar esa línea contigo.
Lo vi apretar las manos sobre sus rodillas, como si el simple hecho de contenerse le costara un esfuerzo sobrehumano. Su mirada se suavizó por un momento, solo para endurecerse nuevamente cuando continuó hablando.
—Pero ya está rota, Mary. Esa línea... ya no existe.
Mi corazón latía tan rápido que pensé que iba a salirse de mi pecho. Sentí el calor de su confesión envolviéndome, quemándome por dentro, como si sus palabras fueran fuego que me consumía lentamente. Me quedé allí, quieta, intentando procesar lo que acababa de decir. Jensen acababa de admitir lo que yo más había temido: que no había vuelta atrás.
Y aunque lo sabía... aunque lo entendía... parte de mí seguía deseando que cruzáramos esa línea de una vez por todas. Que esa lucha interna terminara, que el deseo que compartíamos dejara de ser una carga y se convirtiera en algo real, tangible.
Jensen no se movió de inmediato. Nos quedamos atrapados en esa mirada, como si el mundo se hubiera detenido a nuestro alrededor. Mi respiración era errática, sentía que en cualquier momento me iba a romper. Pero él no se detuvo. Lentamente, sus manos comenzaron a moverse, descendiendo por mis muslos, su tacto firme pero delicado, encendiendo un fuego en cada rincón de mi piel. La camiseta blanca que me había prestado se aferraba a mi cuerpo, impregnada de su olor, y él la fue levantando despacio, como si quisiera hacerme sufrir con cada segundo que pasaba.
Su boca se acercó a mi piel desnuda, y lo siguiente que sentí fue el calor de sus labios presionándose suavemente sobre mi cadera. Un beso apenas perceptible, pero lo suficientemente intenso como para hacerme cerrar los ojos y morderme los labios. Su boca no se detuvo ahí. Siguió su camino, y un pequeño gemido escapó de mí cuando mordió suavemente la carne justo por encima de mi cadera, ese punto tan vulnerable que me hizo arquearme involuntariamente hacia él.
Jensen, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo, me sostuvo con firmeza y, con un movimiento que me sorprendió, me empujó suavemente hasta que estuve sentada sobre él. Sentí su cuerpo fuerte bajo el mío, sus piernas entre las mías, y me acomodé de manera instintiva, rodeándolo con mis muslos mientras apoyaba las manos en sus hombros para no perder el equilibrio. Estábamos tan cerca que podía sentir su respiración golpeando mi cuello, lenta y profunda, mientras mis propios latidos resonaban en mis oídos como tambores de guerra.
Me miró con una intensidad que nunca antes había visto en nadie. Sus ojos, verdes y oscuros, no solo me deseaban; me devoraban, como si fuera algo que había anhelado durante toda su vida. Su mano subió lentamente, apartando unos mechones de pelo de mi rostro, y sentí la suavidad de su tacto recorriendo mi piel, haciéndome estremecer.
—Quiero que te olvides de todo tu dolor —me susurró, su voz baja y llena de deseo.
Sus palabras se sintieron como una promesa. Una promesa de que iba a hacerme olvidar no solo el dolor, sino todo lo demás. Cualquier duda, cualquier miedo, cualquier línea que nos hubiese mantenido separados... ya no existía.
Antes de que pudiera responder, sus manos se movieron con una seguridad que me desarmó. Agarró el borde de la camiseta blanca y, en un solo movimiento, la deslizó por mi cuerpo, dejándome desnuda frente a él. El aire frío de la habitación chocó contra mi piel, y me sentí vulnerable, expuesta. Pero la manera en que me miraba, como si fuera lo único en su mundo, borró cualquier incomodidad.
Sus ojos se clavaron en mis pechos, y luego su mirada volvió a encontrarse con la mía. Suavemente, me tomó por la cintura, sus dedos presionando mi piel, y me encorvé hacia él, incapaz de resistir la atracción que ejercía sobre mí. Sentí el calor de su aliento contra mi pecho, justo antes de que sus labios comenzaran a depositar besos en cada centímetro de mi piel. Cada beso era lento, deliberado, como si estuviera memorizando cada parte de mí. Sus labios se movían con una devoción que me hacía temblar.
—Jensen... —susurré, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta cuando su boca alcanzó mi cuello, depositando besos suaves que se volvían más intensos con cada movimiento.
Quería detenerlo, quería decirle que esto estaba mal. Pero todo en mí lo deseaba. Lo deseaba con una intensidad que me quemaba, y mientras sus manos continuaban recorriendo mi cuerpo, y sus labios me hacían olvidar cualquier otro pensamiento, supe que ya no había vuelta atrás.