Capítulo nueve, Mary.

2145 Words
Cuando Jensen sacó el rosario de su bolsillo y me lo mostró, no supe qué decir. No era cualquier rosario, se veía antiguo, hermoso, con cuentas brillantes que parecían capturar la luz tenue del salón. Lo miré, sorprendida, y sentí mi corazón acelerarse un poco más. Él me lo estaba regalando, y no entendía por qué algo tan íntimo, tan sagrado, me lo daba a mí. —Es hermoso —dije, con la voz algo quebrada, como si me faltara el aliento. —Te lo regalo. Quiero que lo tengas —respondió, con esa seriedad que siempre me ponía nerviosa. Lo dijo como si estuviera entregándome mucho más que un simple rosario, como si detrás de ese gesto hubiera algo más, algo que no podíamos nombrar. Me quedé quieta, dejé que lo tomara y lo colocara sobre mí. Podía sentir cómo su mirada se clavaba en mí mientras levantaba el rosario y lo pasaba por mi cuello. Era un gesto pequeño, casi inocente, pero el simple hecho de que sus manos estuvieran tan cerca de mi piel hizo que mi cuerpo se tensara. Sentí el peso del rosario caer sobre mi pecho, pero lo único que podía pensar era en las yemas de sus dedos, en ese roce suave y delicado que, de alguna manera, prendió fuego a mi piel. Mi respiración se volvió superficial, tratando de contener todo lo que sentía en ese instante. Era imposible no notar la intensidad que había entre nosotros, como si el aire se volviera más denso, más pesado. Mis nervios estaban a flor de piel, y con cada movimiento de sus manos, la tensión aumentaba. Cuando sus dedos rozaron la base de mi cuello, fue como si una descarga eléctrica recorriera todo mi cuerpo. Era tan ridículo. Aquí estaba yo, una chica perdida, confundida, y este hombre —este sacerdote—, con solo un toque, lograba que me sintiera viva de una forma que no había experimentado antes. No era solo atracción física, era algo más profundo, algo que se hundía en mi pecho y me hacía temblar desde adentro. Y, sin embargo, todo lo que hacía era tan discreto, tan contenido, que casi parecía accidental. Pero no lo era. Lo sabía. Él lo sabía. Cuando sus manos, que hasta ahora habían estado en mi cuello, se deslizaron hacia mi cintura, tuve que contener el aliento. No había razón para que lo hiciera, pero lo hizo, y su toque fue firme, cálido, como si me estuviera reclamando de una manera que no podía admitir. Mi cuerpo se inclinó hacia él por puro instinto, como si algo más profundo, algo que no podía controlar, me empujara hacia él. Sus dedos se colaron bajo el borde de mi vestido, tocando mi piel desnuda. Apenas un roce, pero suficiente para hacerme sentir que mi corazón estaba a punto de explotar. Sabía que debería decir algo, hacer algo para detenerlo, pero lo único que quería en ese momento era quedarme así, con sus manos en mi piel, con su aliento tan cerca de mi cuello. Entonces lo sentí. Sus labios, apenas rozando mi piel, como un susurro, pero tan intenso que me hizo cerrar los ojos. No era un beso, no del todo, pero lo fue en el sentido más profundo. Era como si estuviera reclamando algo que ninguno de los dos debía tener. Mi mente gritaba que me alejara, que esto estaba mal, que no debía estar pasando. Pero mi cuerpo, mis emociones, todo en mí deseaba más. Giré sobre mis talones, quedando de frente a él. Nuestros cuerpos estaban a solo centímetros de distancia, tan cerca que podía sentir su calor. Sus manos seguían en mi cintura, firmes, seguras, y su mirada se clavaba en la mía, intensa, llena de algo que no había visto en él antes. No era solo deseo, era algo más oscuro, más profundo, como si él también estuviera luchando contra sí mismo. Por un segundo, pensé que iba a besarme. Su mirada bajó a mis labios, y sentí que el aire se detenía a nuestro alrededor. Mi propia respiración estaba agitada, mis labios entreabiertos, esperando. Quería que lo hiciera, lo deseaba con cada fibra de mi ser. Pero no lo hizo. Se quedó ahí, tan cerca, y yo, perdida en ese instante, supe que no había vuelta atrás. —Jensen... —susurré, apenas capaz de pronunciar su nombre. Pero no me respondió. Simplemente me miró, con esos ojos que decían todo lo que sus labios no podían, sus manos todavía en mi piel, y por un segundo, sentí que estábamos a punto de cruzar una línea que ninguno de los dos estaba preparado para afrontar. —Ayúdame —le dije en un susurro, apenas capaz de escuchar mi propia voz. No era una súplica desesperada, era algo más profundo. Sabía que esto iba más allá de pedir ayuda con mis problemas, iba más allá de lo que habíamos compartido hasta ahora. Era un pedido que no podía ni siquiera explicar del todo. Jensen se quedó en silencio, sus manos todavía en mi cintura, y por un segundo pensé que iba a decir algo. Pero no lo hizo. Me miraba, con esos ojos tan intensos que parecían quemarme, y supe que entendía lo que quería, lo que necesitaba. Su respiración se volvió más pesada, sus labios apenas entreabiertos, como si estuviera a punto de ceder. —Yo... quiero hacerte sentir bien —dijo, su voz profunda y llena de algo que me estremeció por completo. Mis ojos se cerraron por un instante, saboreando esas palabras. Lo quería, lo deseaba de una manera que nunca había deseado a nadie antes. Me acerqué más, dejando que nuestros cuerpos se rozaran, sin barreras, sin pretensiones. —Entonces hazlo —le animé, mi voz apenas un susurro, pero lo suficientemente clara. No había lugar para dudas. Sentía el calor de su cuerpo, sus manos en mi piel, y todo en mí gritaba por más. Quería que me reclamara, que cruzara esa línea de una vez. Pero entonces algo cambió. La tensión en sus manos se suavizó, su mirada se nubló y lo vi pelear consigo mismo. Supe, en ese instante, que estaba dudando. Que no iba a hacerlo. Jensen se apartó ligeramente, apenas un paso, pero suficiente para que el frío se colara entre nosotros. Bajó la mirada, y por un segundo, pensé que iba a disculparse. —Mary... —comenzó a decir, su tono suave, casi compasivo—. Quizás estás confundiendo las cosas. No es que... no quiera ayudarte, pero esto... —Se interrumpió, buscaba las palabras como si no quisiera herirme, pero al mismo tiempo, estaba decidido a no ceder a lo que ambos sabíamos que estaba ahí. Lo miré, sin saber qué decir. No era ira lo que sentía, sino algo más doloroso. Vergüenza. Claro, estaba confundiendo las cosas, cómo no haberlo visto antes. Él era un sacerdote, alguien que intentaba ayudarme, y aquí estaba yo, volviendo todo esto una especie de fantasía absurda. Pero más que nada, me dolía lo fácil que había sido para él colocar la culpa en mí, como si yo fuera la que estaba desbordando la situación, como si yo hubiera sido la única en sentir ese fuego entre nosotros. Me aparté lentamente, sin mirar sus ojos. No lo odiaba, no podía. Pero el peso de la vergüenza era aplastante. —Lo siento —dije, mi voz temblorosa, intentando mantener la dignidad. No quería que me viera así, tan vulnerable, tan expuesta. Jensen no dijo nada más. Simplemente me observó, su mirada cargada de algo que no pude descifrar. Entonces, sin decir más, me di la vuelta y comencé a alejarme, sintiendo el peso de todo ese momento caer sobre mí. No lo odiaba, pero el vacío que me dejó fue insoportable. Llegué al departamento casi sin sentir mis piernas, como si el trayecto hubiese sido un borrón, un lapso de tiempo en el que nada tuvo sentido. Cerré la puerta detrás de mí y me apoyé contra ella, soltando un suspiro pesado. Mi corazón seguía latiendo rápido, no por lo que había pasado, sino por lo que no había pasado. ¿Cómo pude haber sido tan ingenua? El calor de sus manos todavía quemaba en mi piel, y su voz seguía resonando en mi cabeza, diciéndome que estaba confundida. Claro, la confundida era yo, siempre lo era. Avancé hacia el baño sin pensarlo, mis movimientos automáticos, como si no fuera yo quien estuviera en control. Las pastillas estaban allí, justo en el mismo lugar de siempre, un recordatorio de todas las veces que había preferido apagar mis pensamientos en lugar de enfrentarlos. Tomé una para dormir, luego otra para la ansiedad. Otra para el dolor de cabeza, aunque sabía que no era solo mi cabeza lo que dolía. Mi pecho, mi alma, todo en mí dolía de una manera que las pastillas no podían arreglar, pero aun así seguí tomándolas. El sabor amargo en mi boca se fue desvaneciendo mientras las tragaba una tras otra, hasta que ya no importaba. Me hundí en el colchón, sintiendo cómo el letargo comenzaba a apoderarse de mí, silenciando el caos en mi cabeza. Quería desaparecer por un rato, solo lo suficiente para no tener que pensar en lo estúpida que había sido, en cómo me había expuesto, en cómo había permitido que me rechazara. Sabía que si despertaba de esto, si la mañana me encontraba todavía respirando, iba a odiarme aún más. Me odiaría por haber cedido de nuevo a esa tentación, por haber intentado llenar el vacío con algo que no me hacía sentir nada en absoluto. Las pastillas eran mi escape, y odiaba depender de ellas. Pero, en este momento, lo único que quería era ese silencio, ese descanso de mí misma. Cerré los ojos, el sueño envolviéndome en un abrazo frío, alejando mis pensamientos hasta que no quedó nada más que oscuridad. El silencio era absoluto. Mi cuerpo flotaba en una especie de vacío, como si me hubiera desconectado de todo lo que me rodeaba. En la oscuridad, el tiempo perdía su forma, y no podía decir si habían pasado minutos o horas desde que me hundí en el colchón. Pero, en algún lugar en lo profundo de mi conciencia, una pequeña voz intentaba abrirse paso. No era más que un murmullo al principio, pero se fue haciendo más clara, más insistente. Algo en mí no quería quedarse en esa nada. Algo quería pelear. Mis párpados se sentían pesados, como si estuvieran pegados con pegamento, pero eventualmente logré abrir los ojos, enfocándome en el techo. La habitación seguía en la penumbra, y el reloj en la mesa de noche marcaba las tres de la madrugada. El mundo seguía igual, pero yo sentía como si me hubieran arrastrado por un abismo. No podía quedarme así. No después de lo que había pasado con Jensen. Cerré los ojos de nuevo, esta vez intentando bloquear los recuerdos que me asaltaban. Su mano en mi cintura, el roce de sus dedos bajo mi camisa, cómo había sentido su respiración en mi cuello. Y después, cómo todo se desmoronó. No debí haberme acercado tanto. No debí haber dejado que me viera tan vulnerable. Pero lo había hecho, y ahora las consecuencias se sentían como un peso insoportable en mi pecho. "Quizá estás confundiendo las cosas", había dicho. La culpa cayó sobre mí como una lluvia fría. Él tenía razón, ¿no? Yo era la que estaba rota. Yo era la que había leído demasiado en cada gesto, cada palabra. Él solo quería ayudarme, y yo lo había arruinado. Me senté en la cama, abrazando mis rodillas contra mi pecho. Estaba atrapada en un ciclo que no sabía cómo romper. Busqué la botella de agua junto a la cama y tomé un sorbo, intentando aclarar mi mente, pero el nudo en mi garganta no desaparecía. Jensen había sido una luz en mi vida, alguien que había llegado cuando más lo necesitaba. Pero ahora todo parecía distorsionado, manchado por mis propios deseos, por algo que no debería haber permitido crecer. Quería odiarlo, quería culparlo. Pero la verdad era que yo era la única responsable de este desastre. Lo peor de todo es que, aun sabiendo eso, no podía evitar pensar en cómo hubiera sido si las cosas hubieran seguido otro camino. Si él no hubiera detenido todo. Si me hubiera besado. Si hubiera cruzado esa línea conmigo. Me obligué a levantarme de la cama, mis pasos tambaleantes mientras me acercaba a la ventana. Afuera, la ciudad seguía en calma, ajena a la tormenta que tenía en mi interior. Apreté los puños, sintiendo la desesperación en cada fibra de mi cuerpo. Necesitaba hacer algo. Necesitaba salir de este agujero en el que había caído. Pero por ahora, solo me quedaba el vacío, el silencio... y la creciente sensación de que estaba perdiendo el control, poco a poco.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD