Ni Lisa, ni Rossana reconocieron el camino. Hasta que pronto llegaron a una hacienda, se abrieron dos puertas de madera, y entraron, el auto se detuvo. Unos hombres abrieron la puerta del auto. —Ya pueden bajar, el patrón quiere verlos. Lisa bajó y Rossana la imitó, prefería hacerlo por su voluntad a que las llevaran a la fuerza y los niños lo vieran. —¡Mami, un trampolín! —exclamó Thiago, apuntando, con una sonrisa al ver en el jardín un gran trampolín con dos niños saltando dentro. —Bienvenidos. Esa voz gruesa y varonil estrujó la conciencia de Lisa, al mirar vio a ese hombre, era alto, desconocido para ella, con barba espesa marrón y ojos oscuros, una pinta de duro que le hizo pensar que era alguien despiadado. —¿Quién es usted? —exclamó Lisa, mostrando una seguridad que no sen