Emiliano llevó a Lisa hasta la habitación, cargándola en sus brazos, notó que ella estaba helada, asustada. —Tranquila. Ella tenía las manos sobre su cuello, al entrar en la habitación, la dejó sobre la cama. —¿Qué haces? ¿Por qué me consientes tanto? —preguntó ella con voz inocente. —¿Por qué? Si te hubiera perdido, estaría muerto en vida, amor. Él se puso de cuclillas, ella estaba sentada en la cama. Lisa acunó su rostro, besó sus labios. —Me asusté, también pensé que no te vería más, que me odiarías pensando lo peor de mí. Él besó sus labios de nuevo. —Nunca podría odiarte, Lisa, soy un pajarito en tus manos, tú eres mi alimento, mi agua buena. Ella sonrió. Él bajó la mirada, pensativo, ella le miró con duda. —¿Qué pasa? —Pensaba. —¿En qué? —En ti, ¿dudaste? Tal vez pen