Ella se puso en cuatro, fue una imágen magnifica. Me encantó ver cómo su concha mordía un poco la tela de la tanga. Fue como si la tanga dijera: “No puedo cubrir todo esto, es demasiado”. Sin embargo, yo no me moví de mi lugar. ―¿Qué pasa, Mateo? ―Preguntó Camila―. ¿Ahora me vas a decir que te da vergüenza? Ni siquiera es la primera vez que hacemos fotos así. ―Sí, y ese es el problema. ―Ella se sentó y me miró a los ojos―. No te ofendas, Cami; pero no creo que a Amelia le entusiasme mucho recibir fotos idénticas a las de la última vez. ¿No te acordás que lo hicimos? Hasta me pediste que presionara un poco contra la concha, porque eso a Amelia le iba a gustar. ―Sí, sí… tenés razón. Intenté alejar de mi cabeza todos esos detalles, pero tenés razón. Ya lo hicimos. Conozco bien a Amelia. N