―¿Mateo?... ¿Mateo? Una voz dulce me llamó en la oscuridad. La seguí, tenía que tratarse de una ninfa. Ya podía sentir el roce de sus suaves dedos en mi m*****o. ―Mateo… ―repetía mi nombre sin cesar. Ya podía verla, hermosa y desnuda frente a mí. La mujer más preciosa que puedan imaginar… solo para mí, esperándome con una cálida sonrisa y las piernas abiertas… fui hacia ella. ―¿Mateo? Mi pene erecto estaba listo para entrar a un mundo de placer. Me tendí sobre ella y… ―Despertate, pendejo! ―¡Ay, la concha de la lora! Sentí que me ahogaba en agua fría, salté y di manotazos, intenté nadar hacia la costa… y me caí de la cama, de cara al suelo. El golpe fue seco y despertó la carcajada de una bruja, una harpía que se burlaba de mí. ―¡Qué pelotudo que sos! ―Volvió a reírse de mí. ―¿Mi