―No, no me da vergüenza. Solo un poco de miedo, porque no sé cómo se van a tomar este asunto. Es un tanto… particular. ―No te vamos a juzgar, Mila ―le aseguré―. Ni un poquito. No importa qué tan puta seas, nosotros te vamos a seguir queriendo igual. ―Sí, Mateo tiene razón ―dijo Priscila con una gran sonrisa. ―Dale, contanos. ―Está bien… les cuento. Y si alguno siente la necesidad de… tocarse un poquito, pueden hacerlo. A mí no me molesta. Es más, puede que yo también lo haga. ―No sé si voy a llegar a tanto ―dijo Priscila. ―¿Enserio? ―Pregunté―. ¿Te da vergüenza pajearte delante de nosotros después de… em… las charlas que tuvimos? ―Ahora mismo, sí… pero Milagros tiene razón en algo: estar caliente ayuda mucho a perder las inhibiciones. ―Totalmente ―dijo Mila―. Y esa es, justamente,