―¿Pero qué carajo está pasando? ―Preguntó Milagros, con los ojos desorbitados.
Tuvo el atino de cerrar la puerta detrás de ella, para que no se asomaran más curiosas.
―No pienses mal, Milagros ―dijo mi mamá, soltando mis muñecas. Me sorprendí que ella pareciera asustada―. Es que… es que encontré a este infeliz, ¡tocándose en tu cama! Lo quise sacar y mirá cómo me dejó. ―Señaló su propia cara, que parecía un mapa pintado con blanca leche―. ¡Lo voy a matar! ¿Cómo se le ocurre hacer eso en la pieza de una de sus hermanas?
―Mamá, calmate ―dijo Milagros, como si eso fuera posible―. Yo le di permiso a Mateo para que lo hiciera.
―¿Qué? ¿Vos le permitiste…?
―Hacerse una paja en mi pieza, sí… cuando escuché tus gritos vine a ver qué pasaba… me imaginé que lo habías encontrado; pero no sabía q
