El torneo de culos terminó y después de la cena cada una de las mujeres de la casa se fue a su dormitorio. Entré a la pieza de Milagros justo cuando ella se estaba quitando la tanga. Me quedé mirándola, atontado. Sus labios vaginales mostraban signos de humedad. ―¡Ey! ¿Se puede saber qué hacés? ―Me dijo, dándose la vuelta para mirarme. ―Perdón… creí que no te molestaba que te viera desnuda. ―No me refiero a eso, tarado. Te pregunto qué hacés en mi pieza. Hoy te toca dormir con Priscila. ¿Ya te olvidaste? Se acostó en su cama, con las piernas separadas. Al parecer no le importó que yo le estuviera mirando toda la concha. ―Ah… no me acordaba de eso. Pero ya hablé con ella, no es necesario que… ―Sí, es necesario. Yo quiero tener un rato a solas… ya te imaginarás para qué. ―Milagros pas