―Esa misma noche, cuando llegamos a casa, yo estaba muy enojada ―contó Tamara―. Tanto que la amenacé con decirle a mamá lo que había ocurrido. Selene entendió que tenía que hacer algo para comprar mi silencio. Fuimos a su pieza, puso la cabeza entre mis piernas y empezó a darme una de las mejores chupadas de concha de mi vida. ―Al parecer se había quedado con ganas de seguir chupando ―comentó Mila. ―Lo hice para que no hablara. ―Ah, callate, Selene. Bien que te gustó ―respondió su hermana―. Me la chupaste con unas ganas tremendas, hasta te hiciste terrible paja. Me hiciste acabar como tres veces. Esa noche fue mi esclava s****l. Si yo me sentaba en su cara, me tenía que comer la concha, sin chistar. Y lo hizo. Me la comió cada vez que yo le puse la concha en la cara. ―Y me imagino que