—Gracias a esta boquita me ahorré de pagar varios meses en el gimnasio —tenía la mente algo nublada por el alcohol y me sentía sumamente atrevida—. Cuando el dueño del gimnasio descubrió mi talento, me permitió pagar la cuota en petes —le guiñé un ojo a Juan Carlos. Mi novio se limitó a sonreír, tal vez creyendo que yo estaba bromeando. Me sentí un poco mal por él, porque no lo estaba diciendo en broma. Eso pasó de verdad. Hubo un mes en el que me atrasé con el p**o de la cuota del Gimnasio y Rodolfo, el dueño, me hizo una propuesta que no pude rechazar. Me llevó a su oficina y se bajó el pantalón, mostrándome el tremendo pedazo de poronga que le colgaba entre las piernas. Quise explicarle que yo tenía novio y que no podía hacer una cosa así; pero antes de que mi sentido de la ética se ac