CAPÍTULO II
De manera extraña, el Conde no se fue al día siguiente, ni al otro.
Minerva esperaba oír que todos los visitantes del Castillo se habían ido.
En cambio, le llegaron rumores del pueblo de que se realizaban fiestas desenfrenadas, de caballeros que daban saltos a caballo, increíblemente altos, después de la cena, y muchas otras cosas, algunas de ellas escandalosas, que las mujeres mayores comentaban en voz baja.
Minerva trataba de no escuchar.
Pero, al mismo tiempo, no podía evitar el sentirse insaciablemente curiosa.
Entonces, de manera inesperada, recibió una nota de Tony, que le fue llevada por un joven palafrenero que montaba uno de los soberbios caballos del Conde.
La abrió con cierto temor.
Tony había escrito:
“El Conde está obsesionado por el Castillo me hace mil p
