—¡Claro que sí!— reconoció Minerva. —Ahora, volvamos a usted— dijo el Conde—, que es lo que a mí realmente me interesa. —Pero... ¡usted no... debe... interesarse por mí! —¿Por qué no? —Porque… Tony se enfadaría… muchísimo... y prométame... por favor, prométame por todo lo que consideré sagrado… que no le dirá nunca lo que… traté de hacer... anoche. —Lo que sucedió anoche es un secreto entre usted y yo. ¡Nadie y repito, nadie, sabrá nunca nada de lo que sucedió! Minerva lanzó un suspiro de alivio. —Tony se pondría furioso conmigo… y yo pensé… cuando usted me llevó prisionera, que él... jamás volvería a dirigirme la palabra. —Fue por él por lo que usted hizo eso— le recordó el Conde. —Fue una cosa muy tonta por parte mía… pero no se me ocurrió ninguna otra forma de obtener las dos m