CAPÍTULO DOS-1

2140 Words
CAPÍTULO DOS Oliver despertó con una sensación de inquietud. Le dolía todo el cuerpo de dormir sobre el suelo duro. Las sábanas no habían sido lo suficientemente gruesas para evitar que el frío le llegara a los huesos. Estaba sorprendido de haber podido dormir algo, teniendo en cuenta lo nervioso que estaba por su primer día de escuela. La casa estaba muy silenciosa. Nadie más estaba despierto. Oliver se dio cuenta de que, en realidad, se había despertado más pronto de lo necesario gracias al apagado amanecer que se colaba por la ventana. Se levantó y echó un vistazo por la ventana. El viento había causado estragos durante la noche, había tumbado vallas y buzones y había tirado basura por las aceras. Oliver miró hacia el árbol larguirucho y torcido donde había tenido la visión de la afable pareja la noche anterior, los que se parecían tanto a él y que le hicieron preguntarse si, tal vez, él no era para nada familia de los Blues. Negó con la cabeza. Solo son ilusiones por su parte, razonó. ¡Cualquiera que tuviera a Chris Blue como hermano mayor soñaría con no estar relacionado con él de verdad! Como sabía que tenía un poco más de tiempo antes de que despertara su familia, Oliver dejó la ventana y fue hasta su maleta. La abrió y miró todos los engranajes y alambres, las palancas y los interruptores de dentro, que había acumulado para sus inventos. Se sonrió a sí mismo al mirar el tirachinas cazabobos que había usado el día anterior con Chris. Pero este solo era uno de los muchos inventos de Oliver y no era el más importante, ni de lejos. El invento definitivo de Oliver era algo un poco más complejo y muchísimo más importante –pues Oliver estaba intentando inventar un modo de hacerse invisible. En teoría, era posible. Había leído sobre ello. En realidad, solo eran necesarios dos elementos. El primero era desviar la luz alrededor del objeto para que no pudiera hacer sombra, parecido al modo en el que el agua de la piscina desviaba la luz y hacía que los nadadores que estaban dentro se vieran extrañamente bajitos. El segundo elemento necesario para la invisibilidad consistía en eliminar el reflejo del objeto. Sobre el papel parecía muy sencillo, pero Oliver sabía que existía una razón por la que nadie lo había conseguido todavía. Sin embargo, eso no iba a impedir que lo intentara. Lo necesitaba para huir de su miserable vida y no importaba el tiempo que le costara llegar hasta ahí. Fue hasta su maleta y sacó todos los trozos de tela que había acumulado en busca de algo con propiedades refractivas negativas. Desafortunadamente, todavía no había encontrado la tela adecuada. Después sacó todos los rollos de alambre fino que necesitaría para hacer microondas magnéticas para curvar la luz de forma natural. Desgraciadamente, ninguno de ellos eran suficientemente finos. Para funcionar, los rollos tendrían que tener un ancho menor a cuarenta nanómetros, lo que era un ancho tan pequeño que era inviable que la mente humana lo concibiera. Pero Oliver sabía que alguien, en algún lugar, algún día, tendría una máquina que hiciera los alambres suficientemente finos y las telas suficientemente refractivas. Justo entonces, oyó que el despertador de sus padres tintineaba en el piso de arriba. Rápidamente, guardó todas sus cosas, pues sabía de sobra que a continuación irían a despertar a Chris y que si lo que estaba intentando hacer llegaba alguna vez a oídos de Chris, este destrozaría todo su duro trabajo. Entonces a Oliver le rugió el estómago y le recordó que el abuso y el tormento de Chris estaban a punto de empezar de nuevo, y que era mejor que tuviera algo de comida dentro antes de que lo hicieran. Pasó por delante de la mesa del comedor, todavía rota, y fue a la cocina. La mayoría de los armarios estaban rotos. La familia todavía no había tenido la ocasión de ir a hacer la compra para la nueva casa. Pero Oliver encontró una caja de cereales que había venido en la mudanza y en la nevera había leche fresca, así que rápidamente preparó un bol y lo devoró. Justo a tiempo también. Unos segundos más tarde, sus padres aparecieron en la cocina. —¿Café? —le preguntó su madre a su padre, con cara de sueño y el pelo enredado. Su padre sencillamente gruñó un sí. Miró la mesa rota y, con un fuerte suspiro, fue a buscar cinta de embalar. Se puso a arreglar la pata de la mesa, con un gesto de dolor mientras lo hacía. —Es esa cama —se quejó mientras trabajaba—. Está torcida. Y el colchón está lleno de bultos —Se frotó la espalda para recalcar lo que decía. Oliver sintió una ola de rabia. ¡Por lo menos su padre había dormido en una cama! ¡Era él el que había tenido que dormir sobre unas sábanas en un rincón! La injusticia le escocía. —No tengo ni idea de cómo voy a sobrevivir un día entero en el servicio telefónico de atención al cliente —añadió la madre de Oliver, viniendo con el café. Lo colocó encima de la mesa provisionalmente arreglada. —¿Tienes un trabajo nuevo, mamá? —preguntó Oliver. Mudarse de casa todo el tiempo hacía imposible que sus padres conservaran un trabajo de jornada completa. Cuando estaban en el paro, las cosas en casa eran más duras. Pero si su madre estaba trabajando eso significaba mejor comida, mejor ropa y calderilla para comprar más chismes para sus inventos. —Sí —dijo, soltando una sonrisa forzada—. Papá y yo, los dos. Pero son muchas horas. Hoy es un día de prueba pero, después de esto, haremos el último turno. Así que no estaremos aquí después de la escuela. Pero Chris cuidará de ti, así que no hay nada de lo que preocuparse. Oliver sintió cómo se le encogía el estómago. Preferiría que Oliver no estuviera en la ecuación para nada. Él era perfectamente capaz de cuidar de sí mismo. Como convocado al mencionar su nombre, Chris entró de un salto de repente en la cocina. Era el único Blue que parecía renovado esa mañana. Se estiró y soltó un bostezo exagerado, mientras su camiseta se subía por encima de su barriga redonda y rosada. —Buenos días, mi maravillosa familia —dijo con su sonrisa sarcástica. Rodeó a Oliver con un brazo y le hizo una llave de cabeza astutamente enmascarada como cariño de hermano—. ¿Cómo estás, enano? ¿Con ganas de ir a la escuela? Chris lo sujetaba con tanta fuerza que Oliver apenas podía respirar. Como siempre, sus padres parecían ajenos al acoso. —Estoy… impaciente… —consiguió decir. Chris soltó a Oliver y tomó un asiento a la mesa delante de su padre. Su madre trajo de tostadas con mantequilla de la encimera. Lo colocó en el centro de la mesa. El padre cogió una rebanada. Entonces Chris se inclinó hacia delante y cogió el resto, sin dejar nada para Oliver. —¡EH! —gritó Oliver—. ¿Lo habéis visto? Su madre miró el plato vacío y soltó uno de sus exasperados suspiros. Miró al padre como si esperara que él se metiera y dijera algo. Pero su padre solo encogió los hombros. Oliver apretó los puños. Era muy injusto. Si él no se hubiera anticipado a un suceso así, se hubiera perdido otra comida gracias a Chris. Le enfurecía que ninguno de sus padres nunca le defendiera, o que nunca pareciera darse cuenta de lo a menudo que él tenía que quedarse sin por culpa de Chris. —¿Iréis juntos andando a la escuela? —preguntó la madre, claramente intentando desviar el tema. —No puedo —dijo Chris con la boca llena. La mantequilla se escurría por su barbilla—. Si me ven con un empollón, nunca haré amigos. Su padre levantó la cabeza. Por un segundo, parecía que estaba a punto de decir algo a Chris, de reñirlo por insultar a Oliver. Pero después claramente cambió de opinión, pues simplemente suspiró con poca energía y dejó caer la mirada de nuevo a la mesa. Oliver apretó los dientes, intentando mantener a raya su creciente ira. —No me importa —dijo entre dientes, lanzando una mirada asesina a Chris—. Preferiría no estar a menos de treinta metros de ti, de todas formas. Chris dejó ir una maliciosa risa de perro. —Chicos… —advirtió su madre con una voz más mansa que nunca. Chris sacudió su puño hacia Oliver, lo que indicaba con bastante claridad que más tarde volvería a por él. Al terminar el desayuno, la familia se preparó rápidamente y se marcharon de casa para empezar sus respectivos días. Oliver observó cómo sus padres entraban en su coche maltrecho y se marchaban. Después se marchó ofendido sin decir una palabra más, con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido. Oliver sabía lo importante que era para Chris dejar claro que no había que molestarlo. Esta era su armadura, la forma en la que él se enfrentaba a presentarse en una escuela nueva cuando hacía seis semanas que había empezado el curso. Por desgracia para Oliver, él era demasiado delgado y demasiado bajito para ni tan solo intentar cultivar una imagen así. Su apariencia no hacía más que incrementar lo que ya llamaba la atención. Chris se fue hecho una furia hasta desaparecer de la vista de Oliver, dejándolo solo andando por las calles desconocidas. No fue el paseo más agradable de la vida de Oliver. El barrio era duro, con un montón de perros furiosos ladrando tras vallas de alambre, y coches ruidosos y destartalados que giraban violentamente en las calles llenas de baches sin tener en cuenta a los niños que cruzaban. Cuando el Campbell Junior High se alzó amenazador ante él, Oliver sintió que un escalofrío lo recorría. Era un lugar de aspecto horrible hecho de ladrillos grises, completamente cuadrado y con una fachada castigada por el clima. No había ni tan solo hierba sobre la que sentarse, solo un gran patio de asfalto con aros de baloncesto rotos a cada lado. Los niños se daban empujones los unos a los otros, peleando por la pelota. ¡Y el ruido! Era ensordecedor, de discusiones a cantos, de gritos a parloteo. Oliver deseaba dar la vuelta e irse corriendo por donde había venido. Pero se tragó su miedo y ando, con la cabeza baja y las manos en el bolsillo, a través del patio y de las grandes puertas de cristal. Los pasillos del Campbell Junior High estaban oscuros. Olían a lejía, a pesar de que parecía que no los habían limpiado en una década. Oliver vio un letrero hacia la zona de recepción y lo siguió, pues sabía que tendría que darse a conocer a alguien. Cuando la encontró, dentro había una mujer con un aspecto aburrido y enfadado, con las luchas largas y rojas y escribiendo en un ordenador. —Perdone —dijo Oliver. No respondió. Él se aclaró la voz y lo intentó de nuevo, un poco más alto. —Perdone. Soy un alumno nuevo, empiezo hoy. Por fin, movió sus ojos del ordenador a Oliver. Entrecerró los ojos. —¿Un alumno nuevo? —preguntó, con una mirada de sospecha en la cara—. Estamos en octubre. —Lo sé —respondió Oliver. No hacía falta que se lo recordaran—. Mi familia se acaba de mudar aquí. Me llamo Oliver Blue. Lo contempló en silencio durante un largo momento. Después, sin decir ni palabra, volvió de nuevo su atención al ordenador y empezó a escribir. Sus largas uñas repiqueteaban contra las teclas. —¿Blue? —dijo—. Blue. Blue. Blue. Oh, aquí. Christopher John Blue. Octavo curso. —Oh, no, ese es mi hermano —respondió Oliver—. Yo soy Oliver. Oliver Blue. —No veo a ningún Oliver –respondió débilmente. —Bueno… aquí estoy —dijo Oliver, sonriendo débilmente—. Debería estar en la lista. En algún sitio. La recepcionista parecía extremadamente poco impresionada. Todo ese debacle no le estaba ayudando a él lo más mínimo con sus nervios. Ella volvía a escribir y soltó un largo suspiro. —Bueno. Aquí está. Oliver Blue. Sexto curso —Se giró en su silla giratoria y dejó una carpeta con documentación encima de la mesa—. Tienes tu horario, mapa, contactos útiles, etcétera, todo está aquí —Le dio un golpecito sin muchas ganas con una de sus uñas rojas y brillantes—. Tu primera clase es inglés. —Perfecto —dijo Oliver, cogiendo la carpeta y metiéndosela bajo el brazo—. Se me da bien.
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