Capítulo 3

1074 Words
Guillermo Reyes, era un hombre de piel clara, de unos treinta y ocho años, aunque por su manera de vestir aparentaba más edad, su rostro era semi triangular, usaba su cabello n***o, muy corto, y un bigote grande, muy poblado del mismo color; su nariz era perfilada, y unos ojos aceitunados muy vivaces, que inspeccionaban cualquier escena con una sola mirada. Era un hombre exitoso en los negocios, no desperdiciaba ninguna oportunidad, para ganar dinero; desde muy joven, había estado metido en el negocio del cacao, siendo intermediario entre los productores y los que exportaban este producto. A los veinticinco años ya tenía un galpón en el puerto marítimo de Puerto Cabello  para almacenar el cacao y muy pronto se convirtió en un exportador, hasta hacerse dueño de toda la producción cacaotera del oriente del país, convirtiéndose en el principal exportador del producto. No era un hombre de modales muy refinados, ni muy dado a protocolos, siempre iba directo al grano. Para el, el amor era un negocio más; según su opinión, las mujeres estaban hechas para complacer al hombre, y no había mujer que no tuviera su precio. Tenía su vivienda principal en el centro de la ciudad de valencia y pasaba mucho tiempo en puerto Cabello, supervisando directamente sus negocios; había enviudado, hacia unos pocos años, y le había quedado de ese matrimonio, una hija que tenía cuatro años de edad; esa hija se llamaba Valentina, y era su punto débil; la tenía en su casa, y desde que su primera esposa había muerto, la había puesto en manos de Tomasa, una Señora de mucha confianza, que le servía desde hacía muchos años; tenía dos años de haberse casado con Claudia, y no permitía que ella interviniera en los cuidados de  valentina; todas las instrucciones con respecto a su formación, se las daba el, directamente a Tomasa. —Tomasa, dígame como esta mi carricita Valentina; ayer no tuve tiempo de hablar con ella —le pregunta el, mientras ojea la página de sucesos del periódico del día anterior— ¿me la está cuidando bien? —Claro que sí, Señor Guillermo —se apresura ella a responder— Valentina está muy bien; siempre se levanta muy tarde. —Me le da la bendición, cuando se levante —le dice el con una leve sonrisa— y no me le niegue nada; dele todo lo que le pida. —Así lo hare, Señor Guillermo; no se preocupe —le responde Tomasa —¿Dónde está mi mujer, Tomasa? —le pregunta Guillermo, mientras está sentado en la mesa, esperando el desayuno. —Está en su cuarto, atendiendo a la nena Karina , Señor Guillermo—le responde Tomasa mientras le sirve un café. —Vaya, y hágase cargo de la muchacha y dígale a Claudia que su marido la necesita —le ordena Guillermo con mucha autoridad. —Ay señora Claudia, el señor Guillermo le manda a decir que la necesita allá en la cocina —le dice Tomasa. —¿Le dijiste que estoy atendiendo a Karina? —Si señora, pero usted sabe cómo es el Señor Guillermo  —le responde Tomasa—tiene que ir allá, si él dice que la necesita. —Está bien Tomasa; encárgate de ella —le dice Claudia, entregándole la pequeña Karina. —Aquí estoy, Guillermo —le dice Claudia al llegar a la cocina— ¿para qué me necesitas? —¿Cómo que, para qué? —le pregunta Guillermo, arqueando las cejas—usted es mi mujer, y tiene que atenderme bien, en la mesa y en la cama; para eso me case con usted; pero primero venga para acá, que quiero decirle algo —¿Qué quieres decirme Guillermo? —pregunta Claudia, cuando ya se había aproximado a su esposo. —¿Es que usted no le va a dar los buenos días a su hombre? —le pregunta Guillermo, mientras desde su asiento, abraza a Claudia por la cintura, con uno de sus brazos, mientras mete la otra mano debajo de su falda y le aprieta los glúteos— esas nalgas me gustan mucho, mujer; por eso le pague una dote  muy alta a su papa, para poder casarme con usted. —Ay Guillermo, te he dicho que no me hagas eso en este lugar; tu sabes que no estamos solos; me da vergüenza que nos vean —le dice Claudia apenada. —Usted quédese quieta, las cosas mías las toco donde yo quiera —le dice Guillermo, muy serio—anoche estuvo muy bueno eso; hoy me vuelve a esperar lista, así como a mí me gusta; quiero que usted me de muchos hijos ; vaya y sírvame el desayuno, que me voy. Claudia, es una muchacha de veintitrés años; se casó con Guillermo, a los veintiuno, por imposición de sus padres, aunque el tenia treinta y ocho años. Guillermo era uno  de esos  hombres que pagaba muy bien para cazarse con una jovencita que fuera señorita, y muy de su casa y, a esa edad, ella cumplía esas condiciones, además de ser muy bella. En los años mil novecientos cincuenta , era muy normal estos matrimonios arreglados, pero ella tambien, como toda jovencita había soñado con su príncipe azul, pero sus padres no pensaban igual; los príncipes azules, era solo para los ricos; ellos querían para su hija, un hombre que tuviera dinero, que pudiera pagar una buena dote que les sirviera para recuperar en algo, la crianza que le habían dado.  Le había tocado en suerte que Guillermo Reyes hubiese puesto sus ojos en ella, y por eso hoy, según sus padres era una mujer muy bien casada. Hoy tenía una hija de menos de dos meses de nacida; lo único bueno que había pasado en su vida, pero tambien tenía que cumplir con sus deberes como esposa abnegada, y eso era lo peor que le había pasado en su vida . Aun por las noches, soñaba con que su príncipe azul vendría a rescatarla, pero cuando Guillermo Reyes  llegaba a su cama, aquel sueño se convertía en pesadilla. Su madre le había dicho que muy pronto se acostumbraría a complacer a su marido, y que entonces sería muy feliz dándole una familia, pero ella seguía siendo, después de dos años la mujer más infeliz del mundo. Su único refugio era Karina, que se había convertido en un oasis en medio de aquel desierto sin amor que estaba viviendo.  
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