La gringa del hotel

886 Words
Desde que llegué al hotel, me dediqué a recorrer todos los ambientes. Fui al área de la piscina. Estaba solitaria. Pero podía ver la belleza con la que fue diseñada. Había un tobogán de casi cuatro metros de altura. La piscina tenia la forma de una gota de agua. Y una especie de cascada artificial le daba un aspecto natural increíble. Saqué un cigarrillo de la cajetilla, lo encendí, mientras recorría aquel hermoso lugar, una mujer de algunos cuarenta años, estaba sentada en la barra, me acerqué y pedí un trago. Ella me miró algo altiva. La ignoré por completo. Quizás estaba acostumbrada a que le rogasen, pero yo sin ser un galán de telenovelas, tenía un arma letal, la palabra. Tomé el trago y continué paseando. Vi cuando se levantó y caminó hacia la piscina. A pesar de verse un tanto mayor que yo, era innegable que poseía una figura bien conservada. Me senté en una de las mesas. Ella en una de las sillas de extensión. La brisa jugaba con su largo y rubio cabello. De pronto se levantó. Dejó caer su vestido y se lanzó a la piscina. Era una mujer un tanto desafiante o muy segura de sí misma. Caminé hacía donde estaba. –Hermosa sirena–comenté. Ella me miró como si no entendiese lo que le decía. Volví a repetirle: –Es usted una hermosa sirena. Finalmente dijo: –¿Excuse me? –Oh excuse me my lady. I am said that you are beautiful mermaid. Ella soltó una carcajada. Imagino por mi terrible pronunciación. Caminó hacia la escalera, salió del agua. Parecía realmente una sirena. Su cabello mojado caía a ambos lados de su cuello, tapando sus senos. Las gotas cristalinas hacían brillar su cuerpo dando a este, un aspecto de frescura. Estaba tan próxima a mí, que quise halarla y ceñirme a su cuerpo. Ella extendió la mano, señalando en el bolsillo de mi chaqueta, la cajetilla de cigarrillos. Tomé uno, ella lo colocó entre sus labios y yo encendí con el yesquero. Tomo su vestido y se lo colocó. –¿Do you speak spanish? –pregunté. –A little–respondió con una sonrisa. Le mostré mi trago. Ella asintió, fuimos hasta la barra y le pedí un wiskey. Ella me miraba con deseo. Era hermosa y aparentemente estaba sola. No llevaba anillo de compromiso. Yo discretamente saqué el mío y lo coloqué en uno de los bolsillos. Bebimos un par de tragos. Ya era media noche y el bartender, nos informó que era hora de cerrar. La miré y traté de explicarle. Nos levantamos y caminamos hasta el lobby del hotel. Del otro lado se veía las luces y la gente afuera tomando. Quise despedirme pero, ella en su mal español me preguntó: –Cuál es su número de habitación. –27 twenty seven. –Oh my god. La mía es venti nueve. –Very near. –¿Me querer acompaniar para yo cambiar de roupa? –Great! Subimos al ascensor. No podía dejar de mirar su figura. Ella parecía no incomodarse. Llegamos al segundo piso y caminamos hacia su habitación. Ella abrió la puerta, y dejó abierta para que entrase. Pensé que sólo debía esperarla afuera. –En el nevera, hay cerveza. –Thank you– respondi, mientras abría el refrigerador y sacaba un par de cervezas. Ella entró a su habitación. Dejó Lapierre abierta. Podía ver como se desnudaba por completo. Ella se dio cuenta de que la observaba y me hizo un gesto con su mano, para que fuese hasta donde estaba. Entré con la cerveza en la mano. Ella la tomó, se acostó en la cama y comenzó a echarla sobre su vulva. Claramente dijo: –Bebe mi cerveza. Me arrodillé, abrí sus piernas y comencé a lamer la cerveza que se deslizaba por sus labios y caía sobre la sábana. Sentía como se contorneaba y chocaba su pelvis con mi boca. Abrí con mis manos los pliegues y comencé a lamerla desaforadamente. Podía ver sus gestos y oír sus gemidos. –Yeah, Yeah, please f**k me! Me levanté, la obligue a levantarse, ella se inclinó de espaldas a mí. Coloqué mi pene en su v****a y a chocar mi pelvis una y otra vez, contra sus nalgas. Ella gemia de placer, yo intentaba complacerla. Podía ver que deseaba que la hiciera temblar. Así que fui por otra cerveza. La tome en dis tragos, estaba sediento. Las extranjeras suelen ser muy exigentes en el sexo. Pero creo que logré mi cometido, pues me pidió que me quedará esa noche en su habitación y tuvimos sexo hasta el cansancio. Así que esa noche fue intensa y un desafio para mí. Debía demostrarle que los Latinos tenemos, el sabor en las caderas. Cuando amaneció regresé a mi habitación sin hacer ruido para no despertarlo. Estaba agotado y tenía que desayunar con Mariela a las nueve de la mañana. Tenía el teléfono cargando. Diez mensajes de Mariam y cuatro llamadas perdidas. Tomé el celular, le envié un audio: Buen día mi reina. Caí como una piedra al llegar al hotel. Perdón por no escribirte. Voy saliendo a desayunar con Mariela y Arquimedes. Te amo. Eso la mantendrá tranquila. Suele ser muy fácil convencerla con simples palabras. Por ello, la escogí como compañera de vida.
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