Ataviado de sombras

1526 Words
–¿Me envías una foto tuya mi reina? –Claro mi panda. Veo aquella imagen desnuda ante mí y comienzo a felar mi pene. Le envío otro mensaje: –El cáliz está encendido. –Derrámalo sobre mí pecho. –Muéstrame para ver esas dos cúpulas romanas. –Lo haré, pero recuerda depositar tus ofrendas en mi cesta. –Ya lo hago. Pero, me gustaría ver tu campana, pasar mi lengua por su borde y halar con mis dientes su badajo. –Dos campanadas suenan, mi panda. Debo irme al teatro. Tengo función. Ella es una mujer increíble. Desde que la conocí en el museo, me gustó. Fue una conexión inmediata a pesar de la diferencia de edades. Ella dieciocho, yo treinta y tres. Pero sabe como hacerme sentir y yo sé como hacerla sentir bien. Esa tarde en el museo, ella se acercó y me pidió una tarjeta. Yo estaba en la cima de mi carrera como escritor. Saqué de mi bolsillo una y se la entregué, esa misma noche me escribió. Así que no dudé en invitarla a mi oficina. Esa tarde llegó, mi secretaria Inés: –Carlos, te solicita la señorita Alejandra Sotillo. Me emocioné al oir su nombre y me apresuré a contestarle: –Hazla pasar, mujer. Ella entró, vestía una camisa negra ceñida a su esbelto cuerpo y con un descote que como diría Arjona “llevaba justo a la gloria” una falda a cuadros grises con blancos, de pliegues, que dejaban poco a la imaginación. Me levanté para recibirla: –Adelante, mi querida Alejandra–dije extendiendo mi mano. Ella estrechó la mía. Su piel era suave y blanca. Tenía dedos finos y alargados, con uñas largas y prolijamente arregladas. No me contuve y besé su mano, con gesto caballeroso. Ella sonrió y se sentó. Traía en sus manos una carpeta: –Me gustaría dejarle mi currículo, tengo mucha experiencia en cuanto al arte en general–me dijo con cierto tono pícaro. –Pero yo no estoy buscando empleadas mi querida dama. –Lo sé, pero creo que podrías hacer alguna recomendación con alguno de tus amigos de teatro. Quiero ser actriz de teatro. Y creo que tengo talento para ello. –Eso se nota–dije refiriéndome a su belleza física. Ella volvió a sonreir, mientras humedecía sus labios con su lengua. Este camino me había colocado en el lugar que deseaba, ese a donde las mujeres vienen como abejas al panal. Desde que salí del seminario, mi tío me había prácticamente, adoptado como su pupilo. Allí conocí a Rubén, un joven escritor, que al igual que yo, intentaba huir de sus fantasmas internos. Se hizo mi amigo, desde el primer momento. Tenía mi misma edad y era incluso parecido a mí, antes de entrar al seminario. Tal vez por ello, nos hicimos tan buenos amigos muy rápido. Asistíamos a los talleres de literatura de la Casa de la Poesía, todos los jueves. Me gusta ese ambiente donde los escritores dejan ver sus cicatrices y el tuétano de sus huesos. Son reales y no ocultan sus miedos, ni sombras en sus poemas. Esa tarde saqué de mi bolso tejido, estilo hippie, mi poema. Lo leí en voz alta: Ataviado de sombras He perdido el norte muchas veces. Quizás ese norte no existe, sino el camino que voy dejando atrás, sembrado de angustias y credos, de oraciones incontables, de liturgia estéril. Hoy me siento perdido entre las sombras y la luz. Como si no hubiese un espacio donde vivir sin dolor. Las sombras que atavian mi ser, tienen tanto poder que no sé como escapar de ellas. Tomo el lápiz deslizo las palabras. El eco de su voz me absorbe. Ya no creo en nada. Todo se vuelve mentira, todo se hace oscuridad aunque encienda los cerillos, las velas y la lámpara de kerosen que me obsequió mi madre, sólo veo sombras. Ellas me consumen Estaré tal vez allí, esperando a que regreses. Era algo poco usual, pasar de un extremo a otro, de lo sacro a lo profano, no parecía nada lógico. Pero a fin de cuentas, los demonios habitan en ambos mundos. Quizás en este segundo, haya menos niveles de maldad, incluso. El escritor Juan Bermúdez dirigía el taller quedó encantado con mi texto. Cuando lo escribí jamás pensé que sería bien recibido por todos. Eso me permitió participar en algunos concursos literarios. Finalmente llegó un e-mail donde me hacían saber sobre el veredicto de un concurso literario reconocido “La pluma dorada”. Mi primer reconocimiento como escritor. Cuanta satisfacción sentía. No niego que ser sobrino de José Alvarado, me había abierto algunas puertas. Pero mi éxito como escritor, me lo había forjado solo. Comencé a participar en algunos eventos nacionales e internacionales. Fue un despegue para mi carrera como escritor y periodista. Era divertido ser una figura en los medios artísticos y más aún en las r************* , pronto me hice famoso como influencer, tenía seguidores que admiraban mi trabajo. Aunque ello, a veces era un motivo para que Mariam, discutiera conmigo. Sus celos provocaban excitación en mí; antes ninguna mujer se había encelado, ni reclamado con tanto ímpetú como ella. Su amor me inflaba el ego y me motivaba a serle infiel, pues sólo aquel que es amado, puede ser infiel. Mariam estudiaba Derecho en la misma universidad donde hice mis estudios de Periodista. Nos conocimos por casualidad en el estacionamiento, cuando ella se quedó accidentada, y me ofrecí a ayudarla a cambiar un caucho de su vehículo. No era una mujer exageradamente atractiva, pero había algo en ella que me atraía. Tal vez era la tristeza que invadía su mirada, lo que me generaba ganas de protegerla y cuidarla. Esa tarde, luego de ayudarla, ofreció llevarme hasta la estación del metro. En el camino, se me ocurrió invitarla al taller de poesía, era jueves. Me acompañó sin chistar. Esa noche Rubén no fue al taller. Al salir del recital, ella estaba encantada con la actividad. Subimos a su auto y le invité a tomar unas cervezas. Entramos al bar. Era un sitio bastante bohemio. Había una pequeña rocola, compré un par de monedas y coloqué mi canción favorita de Elvys Presley; la invité a bailar. Ella comenzó a cantar el tema cerca de mi oído “you were always on my mind” Era increíble para mí, que ella supiera esa canción y aunque no era muy buena cantante, la abracé con fuerza y la besé. Ella me correspondió y ese se convirtió en nuestro tema desde entonces. Salimos durante un mes, le pedí casarnos. Era una mujer algo conservadora por lo que no lograría grandes cosas con ella, al menos que le ofreciera matrimonio. No dudé hacerlo. Deseaba cogerla y también compartir los lujos que ella podía ofrecerme, al ser hija de un gran empresario en el país. Nos casamos. Fue una fiesta ostentosa. Mi madre quien, ya estaba algo enferma, me acompañó a la boda junto a mi tío José. Nuestra familia es bastante pequeña. Y mis amigos, sólo poetas. Mariam pasó de ser mi paraíso a un infierno adelantado. Las discusiones constantes por sus celos, ya me tenían al borde. Nos separamos por un año, luego que me encontrará besando a una de sus primas. Pero luego, conversamos y ella aceptó que no era sólo mi culpa; a fin de cuentas, Eva, era su prima y tampoco se midió en coquetearme. Regresé a su casa y alquilé mi apartamento. Aquello pareció darle algo de pasión a nuestra relación, como dicen los psicólogos, saber que perderás a alguien, te motiva a luchar por ello. Decidimos regresar y continuar nuestra relación. Yo procuré ser más discreto y selectivo con las mujeres que llevaría a mi cama. Aquella tarde todo había cambiado. Todo absolutamente todo. Hasta ella, quien juro amarme, decidía abandonarme. El pacto de amor, se ha roto. Ella no podía, ni quería seguir a mi lado. Y trato de entenderla. Sólo que no existe nadie que pueda entender lo que siento y soy. Incluso sé que quienes están leyendo en este momento estas líneas, deben haberse creado ya una opinión algo banal de mi como ser humano. Apagué el computador luego de leer aquellos mensajes, que como bombas caen a mi alrededor, en plena guerra mediática. Salgo al balcón de mi apartamento. Enciendo un cigarrillo. Me recuesto de la baranda. Pienso, intento pensar sobre lo que haré para, salir de aquella hostil situación. Suena mi teléfono nuevamente, decido atender. Es Rubén, a pesar de todo el tiempo que había transcurrido, y de su declaración de amor, unos días antes de casarme, seguíamos en contacto. Atiendo la llamada. Su voz se oye algo agitada y nervioso. Aquellas palabras se convierten en un arma letal, la Bala que penetra directo mi cabeza, el final anunciado: “acababan de quitarte el premio”. Mi premio, el que tanto poder y reconocimiento literario me ofreció en estos veintidós años, no está. Cierro los ojos, aspiro el cigarrillo con más fuerza, mis dedos tiemblan. En tres fumadas lo había acabado, y en tres segundos mi cuerpo es quien comienza a caer al vacío.
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