Adelaide se sienta en el regazo de su esposo y lleva su cabeza en su pecho. El aroma de su perfume y su calor la envuelven y cierra los ojos para disfrutar de ese momento tan maravilloso para ella. Egil la rodea y la acuna sin decir nada más. No parece haber algo más que decir entre ellos, no hasta que ella levanta la cabeza para mirarlo y sin querer sus bocas se rozan. Ambos se miran sin moverse, aunque sus labios aún siguen pegados. Por unos eternos segundos ninguno de los dos se aparta, pero tampoco reacciona. ¿Egil alguna vez sintió ganas de besarla? Sí, muchas veces, ayer mismo cuando le hacía el amor, pero sobre todo hoy, ahora. Una de sus anchas manos va a parar a la nuca de Adelaide y con la otra sostiene su barbilla, firme. Su boca se apodera de la boca de ella y empieza a b