Adelaide no deja de temblar. Esta experiencia es nueva y bastante dolorosa para ella, aunque se encuentra muy excitada, no deja de sentirse temerosa. Recuerda lo que Mónica le enseñó de los movimientos suaves de cadera. Cierra sus ojos y empieza a moverse lentamente, como le indicó ella, para permitir que el pene de su esposo entre poco a poco dentro de ella. Se siente demasiado llena que hasta su respiración se vuelve agónica. Egil lleva sus manos a ambos lados de su cadera y la detiene cuando siente la barrera romperse. Por unos segundos permanecen así, quietos, dejando que sus cuerpos se reconozcan y acepten, para que no sea tan doloroso para ella. —Mírame, Adelaide —Pide él—. Necesito ver tus ojos mientras te entregas completamente a mí. La joven coloca ambas manos a cada lado de s