En el hospedaje, Egil Arrabal espera impaciente la llegada de Gage. Con una botella de whisky en la mano intenta aplacar el terrible dolor de su hombro, su herida aún está sangrando a pesar de todos los medicamentos que le recetó el doctor. Se despoja de su abrigo y una gran mancha de sangre lo hace resoplar. Se quita la camisa lentamente, también las vendas que cubren esa parte y deja a la vista la herida de bala que aún se encuentra en carne viva. Toda la sangre que perdió por el disparo lo debilitó de sobre manera. Vuelve a tomar unos tragos de su bebida para darse valor. Toma su daga, el que heredó de su bisabuelo y coloca la punta en el fuego, dejando que el metal se caliente lo suficiente hasta volverse de un color rojo vivo antes de ubicarlo por unos segundos encima de su herida.