Amalia se despertó con el agradable sonido del canto de los pájaros. Ni coches tocando la bocina, ni bebés gritando, ni gente gritándose obscenidades unos a otros... ¡sino, honestamente, pájaros cantores! Sus ojos se abrieron de golpe mientras observaba rápidamente su entorno, tratando desesperadamente de recordar dónde estaba. Cuando los eventos del día anterior volvieron a ella, cerró los ojos una vez más, soltando un gemido de disgusto. —Buenos días, esposa mía— dijo David detrás de ella, lo que provocó que se diera la vuelta al instante y se alejara de él. Dio un grito de pánico cuando de repente salió corriendo de la cama y comenzó a caer hacia atrás, aferrándose frenéticamente a cualquier cosa que impidiera su descenso. Como un relámpago, la mano izquierda de David salió disparada,