ELEONOR
Ahora que lo tenía de frente, no encontraba qué era aquello tan irresistible que Milú encontraba en Colin Sámaras. Pues para decir verdad, yo lo veía tal y como veía a todos los chicos de la universidad; bastante andrajoso en realidad en comparación a los otros.
Lo miré de arriba abajo con rapidez, esas ropas negras y sus pantalones con cadenas, lo hacían lucir como todo un rockero, él poseía un pirsin en la esquina izquierda de su labio inferior, era como una especie de argollita que en realidad sí se le veía bien; su cabello largo lo llevaba sujeto en una coleta de caballo, sus muñecas eran decoradas con diversas pulseras negras con calaveras en ellas. En realidad, lo único que podía llamarme la atención en él, era el hecho de que sostenía entre sus manos una Sony a99 Mark II, la cámara que yo había deseado tener desde que me enamoré del mundo de la fotografía profesional, era capaz de reconocer esa cámara a millas de distancia, lo cual ahora me provocaban tremendas ganas de sentarme a llorar.
—¿En dónde la has conseguido? —indago, señalando la cámara casi con reverencia.
—¿Ésta belleza? La compré en Atenas antes de venir aquí.
—¡Por Dios! ¡Es hermosa! —exclamo con emoción, cerrando mis dedos para que no fuesen hasta ella a tocarla.
—¿Quieres verla? —pregunta, sosteniéndola hacia mí.
—¿Me permitirás verla?
—Claro, incluso podrías tomarle una fotografía a tu amigo imaginario —sonríe, dejando la cámara entre mis ansiosos dedos.
Entrecierro los ojos en su dirección, aguantando las ganas de mandarlo a la mierda que de pronto habían salido a flote.
Pero al final, simplemente me había dado la vuelta para después enfocar el lente de la cámara en dirección de Admes, quien esbozó una sonrisa y negó con la cabeza.
—A ver, Admes. Dame una sonrisa —le hablé, ignorando completamente a Colin tras de mí.
El castaño sonrió aún más si podía, levantó su mano derecha e hizo una seña graciosa con sus dedos, posando para la foto. Frunzo los labios para así evitar partirme de la risa, puesto que, sabía que el tal Colin estaba viéndome como toda una demente en ese momento.
Disparo el flash de la cámara, después la retiro y miro la fotografía; y como había supuesto, Admes no había salido en ella. Así que dejo salir una pequeña risa llena de sarcasmo y luego se la muestro a Colin.
—Mira, salió increíble.
—¿Qué tengo que ver exactamente? —pregunta el chico, acercándose a mí para apreciar la imagen, la cual simplemente mostraba una vacía banca del otro lado.
—¿Acaso estás ciego? —Señalo la imagen—, justo ahí; el unicornio rosa que está levantando sus pezuñas.
Admes se parte de la risa del otro lado. Y no era para sorprenderse, pues hasta yo deseaba reírme de la expresión de confusión que cruzaba el rostro de Colin mientras se dedicaba a buscar al unicornio rosa.
—Debo irme, Eli —dirijo la mirada hacia Admes, quien acababa de levantarse—, tal vez deberías de dar una vuelta con él. Y descuida, no le dirá a nadie que te ha visto hablar con el aire.
Después simplemente se convirtió en muchas pequeñas bolitas de luces hasta desaparecer por completo.
—Ya, deja de buscarlo —le digo a Colin, quien estaba segura que ahora pensaba que el loco era él—. Se ha ido.
Sus ojos marrones me miran fijamente, ni siquiera podía imaginar en lo que estaba pensando, quizás deliberaba de cual manicomio me había escapado para volverme a meter. O tal vez cavilaba que el loco era él.
Hago un encogimiento de hombros y me pongo de pie, después le devuelvo la cámara.
—Debo de ir a clases, supongo que ya el profesor debe de estar por llegar.
—Yo a ti te conozco —murmura en cuanto paso por su lado.
Me detengo y lo miro sobre mi hombro con curiosidad.
—¿Disculpa?
—Eres Eleonor Mitre; mi hermanita no hace otra cosa más que ver tus bailes en YouTube, esperando algún día ser tan buena como tú.
—¿En serio lo hace?
—Ajá —asiente, comenzando a caminar a mi lado.
Me es inevitable no sonreír, debía de admitir que me emocionaba el hecho de saber que alguien me admiraba.
—Incluso estoy celoso de ti, pues debería de admirarme a mí, que soy su hermano.
—Supongo que la niña sabe reconocer lo que es el verdadero talento —me rio a lo que él solo rueda los ojos.
—¿Sabes algo? Me agradas, Eleonor Mitre; has sido la única persona que no me ha tratado como una súper estrella.
—Eso es porque no lo eres.
Él me dirige una mirada de ofendido, a la vez que lleva una mano hasta su pecho y finge estar dolido.
—¡Autch! —exclama exageradamente.
ADMES
—Admes.
Me giro en cuanto escucho una voz femenina llamarme desde atrás. Ahí, Acacia se encuentra de pie, con las manos escondidas dentro de los bolsillos de sus pantalones blancos.
Su expresión es confusa, como si no supiera que hacía ahí. Dirige su mirada a nuestro alrededor, solo para ver las olas golpear contra las rocas.
Ya había caído la noche, pero aun así, después de que el sol se había ocultado en el horizonte, me había quedado caminando sobre la arena; me gustaba ese lugar para pensar.
—Hola, Acacia —saludo.
—¿Qué haces aquí?
—Pienso.
—¿Tú piensas? No deberías hacerlo —niega con la cabeza, dando unos pasos para acercarse a mí—. Solo deberías de dedicarte a hacer tu trabajo.
—Créeme, lo estoy haciendo. Hoy avancé.
—Admes, te estás tardando y Cupido ya comienza a preguntar por ti.
—A veces se tarda en realizar un trabajo, ¿No Acacia?
Ella deja salir lentamente el aire y luego mira hacia abajo.
—Yo terminé hace dos días. Casi todos han vuelto a casa.
—No puedo irme sin haber acabado con mi trabajo.
Sus pupilas celestes me enfocan de manera acusatoria, ella ladea la cabeza mientras me examina con lentitud. Acacia era muy buena en lo que hacía; de hecho, ella era una de las mejores Agentes que Cupido podía poseer en su agencia.
—¿Qué está pasando? Te vez diferente.
—Estoy bien, solo dile a Cupido que no ha sido fácil.
—Admes, Cupido me ha enviado a vigilarte —suelta de una vez.
Elevo una ceja y la miro con duda.
¿A vigilarme? ¿Acaso había hecho algo para que fuese necesario tener a alguien viendo lo que hacía?
—¿Vigilarme?
Ella asiente, lleva sus brazos a la altura de su pecho y los cruza ahí, para después apoyar todo su peso en un solo pie.
—Tendrás que decirme que pasa, si quieres que te ayude a cubrirte.
Me quedo en silencio, incapaz de mover la mirada de la suya. Algo que nunca antes había sentido, comienza a moverse en mi interior; era un sentimiento extraño, tan raro que provocaba que mi corazón latiese con fuerza y que incluso mi piel se erizara.
Llevo mis manos hasta mi cabeza, incapaz de entender qué era aquello que me provocaba tremendas ganas de ir y buscar una cueva para esconderme para siempre.
—¿Qué es eso? —Cuestiona Acacia, extendiendo su mano hasta posicionarla en mi pecho—, ¿Acaso estás sintiendo miedo, Admes?
—¿Miedo?
—Lo he sentido anteriormente en los humanos —dice, asintiendo hacia mí—. No deberías de sentirlo tú, no podemos sentirlo.
—¿Estás segura?
Vuelve a asentir.
—Tu respiración es irregular, tus latidos son rápidos y tu piel se siente erizada —ella vuelve a verme directamente, pero esta vez lo hace con el ceño fruncido—. Dime de una buena vez qué es lo que pasa.
—Ven conmigo —le pido, sin saber con certeza si podía confiar en ella—. Voy a mostrarte algo.
Después me desvanezco, mostrándole con mi pensamiento hacia donde debe de dirigirse.
Reaparezco fuera de la casa de Eleonor, justo por una extraña habitación llena de objetos extraños, donde incluso había un auto desarmado. Un segundo después, Acacia se materializa a mi lado, observa a su alrededor de inmediato, y después me mira.
—¿Qué hacemos en un taller de autos?
—¿Eso es lo que es esto?
Ella asiente. —Los he visto mucho en París.
Le hago un gesto con mi cabeza para que me siga, salimos del lugar y después avanzamos hacia la enorme casa de manera en donde radica Eleonor.
—Dije que quiero mostrarte algo.
Escucho ruido en la cocina, así que es ahí hacia donde la dirijo. Nos detenemos frente a una ventana no tan grande, pero donde se podía apreciar a dos personas con claridad en el interior de la casa.
Una de ellas es Eleonor, quien sonríe hacia el hombre que está frente a ella, a la vez que lleva un trozo de pan hacia sus labios.
Acacia se detiene a mi lado y se dedica a observar a las personas en su interior.
—Ella es Eleonor Mitre —le señalo a la rubia que se encuentra sentada frente a una pequeña isla—, anda, trata de entrar a su mente.
De inmediato, los ojos de Acacia brillan, señal segura que está haciendo lo que le dije, se concentra por varios segundos, pero justo cuando me vuelve a ver con incredulidad, sé que no lo consiguió. Sonrío de medio lado a la vez que niego con la cabeza.
—No me ha dejado entrar —apunta, regresando su mirada hacia la chica—. ¿Por qué no me ha dejado entrar a su mente?
—¿Crees que si lo supiera aún estaría aquí?
—Eso no puede ser posible, Admes. Nunca antes ha sucedido algo así.
La mirada de Eleonor se posiciona en nosotros, su sonrisa se detiene, por lo que puedo notar el grado de confusión que posee al ver a alguien parecido a mí frente a su ventana.
—Y eso no es todo, Acacia —le susurro, a la vez que trato de sonreír en dirección de Eli—, ella te está viendo.
—¡Carajo! —exclama la chica a mi lado casi en un grito.
La miro con el ceño fruncido al escucharla hablar de esa manera.
—Acacia, ¿Qué pensaría Cupido si se entera que estás aprendiendo las frases de los humanos?
—Cierra la boca, Admes —gruñe—. Le diré a Cupido que todo está bien, que solo te retrasarás unos días más —dijo antes de desaparecer.