La brisa golpeaba sus rostros, el beso continuaba con intensidad, solo se apartaron, cuando Sansón saltó encima de ambos.
Anthony, hizo una mueca de risa.
—Veo que estás celoso— mientras daba unas palmaditas sobre la cabeza del animal.
Noemí, se sonrojó, bajando la cabeza. Después, de mucho tiempo se había dado cuenta que tenía sentimientos profundos por Anthony, sin embargo, le preocupaba lo que vendría ahora; todavía no era tiempo de marcharse quería seguir aprendiendo y la escuela la ayudaba a ser una persona más independiente.
—¿En que piensas?— tocándole la mejilla.
—En el futuro—dando un suspiro.
—Ahora, se que me correspondes— esbozando una sonrisa— no dejaré que te apartes nunca más, debemos partir a Londres cuanto antes.
—No puedo...quiero seguir un tiempo más en Francia— dijo con tono serio.
—Yo quiero hacerte mi esposa— sujetándola de las manos.
—yo también deseo ser tu esposa, pero todavía tengo dudas—
—No tienes porque tenerlas, estoy para protegerte, amarte—
—Eso es precisamente lo que no quiero, no soy una niña que necesita protección, soy una mujer que necesita compresión—aspirando aire— sino estás dispuesto a dejarme volar, entonces no soy mujer para tí— apartándose lentamente— tú sabes que a mi lado las cosas pueden llegar a ser difíciles, serás criticado por casarte conmigo, me costará el doble desenvolverme y seguiré ayudando al Hospicio, entre otras cosas; ser la hija de un noble tiene que traerme algún beneficio— suspiró.
—Mi intención nunca fue cambiarte, mas al contrario, me enamore de ti por lo que eres y sobre todo por la fortaleza que posees, creo que muchos te subestimaron incluyendo a Richard, pero créeme yo jamás lo haría—con tono serio y decidido— Se hará cómo deseas.
Noemí, le propinó un pequeño beso en la comisura de los labios, aceptando todo lo venidero, al lado de un hombre extraordinario.
En Londres...
—¡Richard, basta!— gritaba Sarah con amargura. Después de haberle dicho todo, pensó que las cosas mejorarían. Sin embargo, lo único que hacía su esposo era beber y jugar hasta el alba en clubes de dudosa reputación.
—Déjame mujer, tu voz me fastidia— botándola del despacho. Sarah, ya no podía gritar más, ni llorar, porque de seguir así, lo más probable es que su parto se adelante. Encogió los hombros con resignación y cuando tomó la manija de la puerta para salir, sintió una punzada en sus entrañas que la hicieron tambalearse hasta caer al piso. Richard, al ver esto, lanzo su copa al piso y fue a socorrer a su esposa quién yacía desmayada en el piso.
—¿Sarah?—pronunció su nombre con tono nervioso. Titubeando llamó al mayordomo, para que fuera por el médico. Levantó a su esposa, quién estaba perdiendo sangre y la condujo a la recámara, mientras ordenaba a los otros sirvientes que subieran agua caliente, paños, entre otras cosas; ahora le tocaba esperar, por un momento barajo la posibilidad de mandar una nota a Cristian para que fuera. Sin embargo, después de sus actos, ya no contaba con el favor de éste.
Golpeó la puerta, dando un grito ahogado, sabiendo que seguía siendo tan egoísta como siempre, finalmente llegó el médico, quién subió apresuradamente y pasó a la recámara de Sarah, permaneciendo por varios minutos adentro y cuando salió.
—Su esposa ha entrado en proceso de parto, me preocupa— tocándose la sien— el niño es prematuro y con la pérdida de sangre de la madre, no se si ambos lleguen a sobrevivir—
Richard, no pronunció palabra, se fue a parar al lado de la puerta apoyándose en la pared.
—Su excelencia, quiere que mandemos a llamar a alguien— dijo el mayordomo, quién mostraba cara de consternación.
—Al Vizconde de Derby— con pesadez, no era correcto pero estaba desesperado.
El mayordomo bajó, y mandó a uno de los mozos a traer al Vizconde; el muchacho recorrió Londres bastante agitado, hasta llegar a la Mansión de Cristian. Tocó la puerta tan fuerte como le dieron sus brazos.
—¿Que es este alboroto muchacho?— dijo la ama de llaves.
—Por favor es urgente, mi patrón solicita que el Vizconde vaya a verlo—entre tartamudeo y agitación.
—¿Quién es tu patrón?.
—Lord Lancaster— con agonía, al ver que la mujer seguía haciendo preguntas.
Casualmente, Cristian al escuchar el llamado insistente de la puerta, decidió ir hacia allá, y se aproximó.
—¿Qué es lo que está pasando?— arqueando una ceja.
---Su excelencia—dijo el muchacho, quién buscaba acercarse al Vizconde— es Lord Lancaster, me pide por favor que venga conmigo— tratando de respirar— es Lady Sarah, el parto se adelantado y está muy grave.
Cristian abrió los ojos como platos, y pidió a su ama de llaves que alisten un carruaje para ir apoyar a su amigo, que ciertamente no merecía esas atenciones.
Una vez que llegaron a la Mansión, Cristian se percató de la agitación que reinaba en la casa, se subían y bajaban paños ensangrentados, sopesó la situación y subió hasta los dormitorios, dónde encontró a su viejo amigo con la mirada perdida.
—¡Richard! ¡reacciona!— sujetándolo de los hombros.
—Viniste— esbozando una pequeña sonrisa de felicidad, al ver a su viejo amigo acompañarlo.
—¿Qué es lo que ha pasado?— con tono conciliador.
—Estábamos peleando y se desmoronó en mis narices—apretando los puños— he sido un idiota, ella trató de que nos llevemos bien e incluso me suplico, ¡pero no!... Yo tenía que seguir siendo un egoísta y un estúpido...ahora veo las consecuencias— mientras una lágrima caía por su mejilla.
—Vamos hombre— tratando de reconfortar a su amigo. —Todo saldrá bien, tendrás un hijo por el cuál luchar.
Pasaron cerca de 5 horas y ambos caballeros no se movieron de la puerta de la recámara, cuando está se abrió lentamente, el médico salía todo sudoroso y con un semblante sombrío.
—Excelencia debo darle malas noticias.
Richard, sintió un espinazo en la espalda—Hable doctor ¿Qué es lo que ocurre?.
—Lady Sarah, no aguanto el parto... Traté de contener la hemorragia, pero mis intentos fueron en vano; el bebé venía en mala posición y Lady Sarah, con lo último que le quedaba de fuerza pidió que salvase al bebé— aspirando aire— El niño ha nacido débil, las próximas horas son críticas, sugiero que vaya por una nodriza—dió unos cuantos pasos— volveré en unas horas, debo ir a traer unos medicamentos a mi consultorio.
Richard, no salía del asombro...Odiaba a Sarah pero no era tan canalla para desearle la muerte, ahora tenía un hijo que se debatía entre la vida y la muerte. Se desplomó contra el piso y se agarró la cabeza, ladeando de un lado al otro.
Cristian agradeció los servicios del galeno, y junto con los sirvientes comenzaron a organizar y preparar a Sarah, había que avisar a su padre y al párroco.