I

1553 Words
Sussex, 10 de enero de 1830 Todo comenzó aquella tarde, Elizabeth decidió salir al jardín y subirse al columpio, desde niña disfrutaba balancearse en aquel aparato. Sin embargo, al momento de sentarse no se percató que la soga había cedido unos cuantos milímetros, el peso de su cuerpo más el balanceo, hicieron que cayera violentamente, quedando inconsciente. Cuando ya anochecía, Lord Derby se percató que su esposa no se hallaba dentro de la casa, por lo que decidió ir a buscarla; al encontrarla sintió una presión en el pecho, su mujer estaba desmayada, se agachó para tomarla en brazos y en cuanto la tuvo, se incorporo tan rápido como le dieron sus piernas para ir en dirección a la mansión; al ver este suceso los empleados, colaboraron con su excelencia y uno fue en busca del médico. Elizabeth recobró el conocimiento, pero tenía un dolor muy fuerte en el vientre, y con tono de angustia exclamó. —Querido, lo siento mucho— mientras las lágrimas brotaban. —Tranquila, ya estás en tu recámara—dándole un beso en la frente y sujetando su mano. Elizabeth, entró en proceso de parto y entre gritos y dolor le pidió a su esposo que cuidara del niño que pronto nacería. Lord Derby se negaba aceptar los sucesos, pidiendo que guarde silencio para mantener fuerzas. —No digas tonterías. --- Se que la vida se me va-- retorciéndose de dolor, Lord Derby estuvo a punto de replicar y en cuanto quiso pronunciar una palabra, la puerta se abrió era el Doctor Segal quién pidió a Lord Derby que abandonara la habitación y a éste no le quedó más remedio que aceptar las instrucciones del médico. Pasó un cuarto de hora y finalmente el Doctor salió. — No le daré falsas esperanzas, será un parto extremadamente complicado, tomando en cuenta que el niño es aún prematuro—secándose la frente. —Doctor, por favor haga lo posible por salvarla y si debe escoger entre la madre o el hijo; escoja a la madre— sabia que era egoísta, pero amaba demasiado a su mujer. —Haré todo lo qué este a mi alcance Excelencia-—regresando a la habitación. Después de un momento, se escucharon pasos en el pasillo. —¿Papá?—era Cristian su hijo mayor, quién se aproximó muy tímidamente. —Dime, hijo—tratando de esbozar una sonrisa para con su pequeño. Cristian lo agarró de la chaqueta, con ojos llorosos — ¿Mamá sobrevivirá? —Dios quiera que sí-—frotando la cabeza de su hijo. Cristian, miró a su padre tratando de contener las lágrimas, no quiso apartarse, optando por sentarse en un rincón, hasta que cayó dormido. Lord Derby, lo miraba con ternura, pero sus pensamientos estaban en otro lado. Pasaron cerca de cinco horas, hasta que recibieron noticias, el doctor tenía un semblante cansado y sombrío. —Me temo su excelencia, que tengo malas noticias— aspirando aire para tratar de esconder su malestar— Lady Derby ha muerto... Sin embargo, la niña ha sobrevivido— Lord Derby, dio un puñetazo a la puerta por la impotencia que albergaba. Si esa tarde, hubiera estado pendiente de ella, tal vez el accidente se hubiera evitado. Ahora con su esposa muerta y dos niños pequeños no sabía cómo salir adelante. —Dígame—tratando de contener el llanto -— ¿La niña tendrá alguna secuela? —Es difícil determinar esa situación en este momento; por lo pronto debe de traer una nodriza. Lord Derby, apenas escuchaba lo que decía el Doctor, Elizabeth fue su primer amor, la única mujer que realmente amo y ahora estaba muerta. Sabía que no podía desmoronarse por Cristian y la niña. Una de las mujeres que asistió en el parto llevó a la niña para que su padre la conociera. —¡Papa! Mira es mi hermana— Cristian aún adormilado, pronunció esas palabras. Lord Derby, salió de su trance y fue a sostenerla, cuando la miró casi rompió en llanto, era muy pequeña y frágil, la debilidad se percibía en sus movimientos — el sacrificio de tu madre no será en vano, serás una niña fuerte toda una guerrera—dándole un beso en la frente. Sussex, 10 años después... —Cristian, ¿Dónde estás? Ya no puedo sentir tus pasos— cayendo sobre el césped. —Lo siento Noemí, no fue mi intención ... Se me hace complicado jugar contigo—cruzando los brazos, —además que ya estoy muy viejo para seguir haciendo esto—esbozando una sonrisa. — Cristian, no estás viejo, además eres mi único compañero de juego, pero estas extraño—frunciendo el ceño. — No se te escapa ninguna— Suspirando. — Pronto partiré a Londres y me reuniré con varios amigos, es por esa razón que estoy muy feliz. —- Yo también quiero ir a Londres, pero después de las travesuras que hice no creo que padre quiera llevarme. —Ten un poco de paciencia—sonrió Cristian —La sociedad, no está preparada para una niña tan dulce y pura cómo tú—echando una carcajada. Pero lo cierto era, que tanto Cristian cómo el Conde temían que Noemí se hiciera daño. —Vamos— la ayudó a incorporarse —es hora de la cena. En el comedor el Conde Derby y Cristian Blow, Vizconde de Derby se hallaban inmersos en una discusión sobre la inclusión de los discapacitados en la sociedad. Un tema que se volvió común escuchar en la mesa, hasta ese momento Noemí, no entendía de que hablaban, sin embargo, sintió mucha curiosidad por el tema, sabía que aún era una niña pero había algo en las palabras de esos hombres que le pinchaba el corazón. De pronto, se escuchó la voz de una mujer mayor quién esbozaba unas palabras— por favor come y trata de no hacer ruido cuando lo hagas—tomó su mano y le entrego una cuchara a Noemi— . Sin embargo, Noemí era muy torpe y era la tercera cuchara que caía al piso. —- Prometo, que la próxima no caerá, sólo necesito que me tengas paciencia—- sonriendo. —Claro que sí— la que hablaba era su institutriz la Señora Eidel, una persona jovial y muy amable, que prácticamente vivía con ellos desde que Noemí era una bebé. Cuando la contrataron Lord Derby, sabía que sería una buena influencia, ya que trabajo con personas que tenían la misma condición que su hija, por lo tanto era la indicada para darle instrucción. -— Eidel, soy muy torpe-—con pesar— quisiera poder desenvolverme como las niñas de mi edad, pero no hay un día que no me choque con algo. -—Paciencia Noe-—pronto te darás cuenta de lo que te rodea y dejarás de cometer errores. Ocho años después..... -— ¡Papá!-— exclamo Noemí quién estaba en el salón de música. -— Eidel me enseñó una nueva melodía, por favor siéntate y escucha-— Lord Derby fue al extremo del salón y tomó asiento, mientras observaba a su hija; se había convertido en una joven muy hermosa de facciones finas y elegantes, su rostro era delicado poseía unos ojos azules muy vivaces y unos labios color carmesí; era el fiel reflejo de su madre. Lo que hacía que cada día se sienta más orgulloso pero a la vez se sentía mortificado por su situación. Noemí tocó el piano como los ángeles, no había duda que Eidel era una muy buena maestra, que había sido extremadamente paciente. Lord Derby se puso de pie, una vez que Noemí terminó su interpretación, rebosaba de felicidad. Sin embargo, había algo que lo apenaba en extremo, pronto partiría hacia Londres a dar alcance a Cristian y a participar de las sesiones del Parlamento, mientras se iniciaba la temporada. Cómo todos los años Noemí no podría ir. -— ¿Papa? -—Sí Noemí-—aproximándose a ella para tomarla de la mano. -— ¿Por qué nunca puedo ir a Londres con ustedes? -—Pues porque es una ciudad muy grande y temo que puedas hacerte daño— con un tono triste. —Pero casi no conozco a nadie, quiero tener amigos y cuando tú estás aquí no invitas a nadie— con reproche. —Te prometo, que la próxima vez te llevaré— esquivando el asunto. Noemí tuvo que asentir y acatar lo que dijo su padre. No es que no fuera feliz, sino que simplemente ansiaba conocer más, pero su padre la trataba como una muñeca, lejos de ser una guerrera, era frágil y prácticamente intocable, vivía en Wind House, lejos de todos. Llego el día en que Lord Derby se marcho a Londres, Noemí quiso persuadir a su padre pero no lo consiguió quedándose con Eidel como siempre lo hacía. No obstante, a veces el destino tiene otros planes, una tarde llegó una nota de Cristian, la cuál mencionaba que su padre se encontraba delicado por un accidente, y que su estadía se prolongaría más de lo previsto. Noemí escuchó como Eidel leía la nota y se sintió frustrada. Pidió e imploró a su institutriz que la llevara a Londres, tanta fue su insistencia que a ésta no le quedó más remedio que aceptar.
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