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1222 Words
  Después de media hora de gritos y angustia, llevaron el cuerpo en una ambulancia porque al parecer tenía unos débiles signos vitales, me monté en mi auto y fui con ellos, me sentía terriblemente mal, extrañamente me hizo recordar cuando me llamaron en la madrugada y tuve que ir a la morgue del hospital para reconocer el cuerpo de mi mamá. Tragué saliva limpiando las lágrimas que corrían por mis mejillas, mal momento para recordarlo, muy mal momento. Los policías hablaron conmigo, y yo les conté lo sucedido, no dejaba de temblar y de preguntar si el anciano podría sobrevivir, todos estábamos a la espera, habían contactado a la familia del anciano por la  identificación que tenía en su billetera. Llego el doctor y dijo la noticia que menos esperaba oír,  no había podido sobrevivir. Yo había matado a un anciano. De repente se escucharon los gritos de una mujer, pude ver como caminaba hacia nuestra dirección y me dio una sonora bofetada que me volteó el rostro, maldición, ni siquiera lo vi venir.  Los policías la apartaron rápidamente de mí, pero sabía que me lo merecía, debí poner la luz alta, debí haber estado más alerta... — ¡Mataste a mi papá! ¡Asesina! —gritaba la mujer, su cabello rubio, era de pequeña estatura pero sin duda elegante. Otra mujer morena, llegó corriendo, me eché hacia atrás casi con miedo de que ella también fuera a arremeter contra mí, pero ella parecía más pacifica, lucía seriamente preocupada, detrás llegó un hombre parecido a ella puede que un poco más mayor. —Debes calmarte Viviana —dijo la morena—, Wesley, sácala de aquí. El hombre que al parecer se llamaba Wesley la sacó, sin embargo la rubia siguió gritando e insultándome hasta que finalmente salió de la sala.  La morena soltó un suspiro mirando a los policías y luego me miró. — ¿Tu eres la mujer que lo atropelló? Al parecer sí. Asentí con la cabeza y me abracé a mí misma sin poder evitar que las lágrimas se escurrieran de mis ojos. —Lo siento, él salió de la nada, no pretendía golpearlo —dije—, debí haber estado más atenta. —Sí, debiste haber estado más atenta —corroboró la morena—, pero no es la primera vez que intenta suicidarse. ¿Qué? Creo que mi rostro se transformó a real confusión e igualmente el de la policía, ¿El anciano era un suicida? —Lo hemos atrapado muchas veces en la carretera intentando que algún auto lo atropelle, lo habíamos metido a centros de apoyo pero, simplemente desde que mi mamá murió —su voz se ahogó—, él parecía fuera de sí. Hoy se nos escapó de la casa, no nos dimos cuenta hasta que nos llamaron. Había perdido mi voz, los policías le pidieron que fuera con ellos a testificar y me dejaron a mí ahí, con el peso de la muerte de un hombre que había querido suicidarse. Ofrecí cubrir los gastos del funeral y de alguna manera enmendar la culpa que me carcomía, Rachel me acompañó al funeral y nos quedamos en las últimas filas de la iglesia, había mucha gente, me parecía raro que este hombre siendo tan reconocido hubiera sufrido de depresión. —Odio los funerales —murmuré sintiéndome ahogar—, necesito un cigarro. El sacerdote estaba dando la palabra de la biblia cuando Rachel sacó un cigarro de su bolso y me lo dio disimuladamente junto con un encendedor. —Gracias —continué—, ya vuelvo. Me escabullí de la iglesia y fui hacia un lugar debajo de los árboles para poder aspirar mi droga, había adquirido ese horrible vicio desde la universidad, tal vez porque mi círculo de amigos la mayoría eran hombres fumadores o porque mi ansiedad era muy grande al estar completamente sola y tener que hacerme cargo de mi misma. El cigarro era como una manera de relajarme, quise dejarlo un par de veces pero siempre extrañaba la manera en la que me hacía sentir mejor luego de una fumada. —Disculpa, ¿Te molestaría apagar eso? Voltee a mi alrededor y vi a un hombre apoyado del otro lado del árbol, ni siquiera lo detallé, simplemente me aparté por inercia, no lo había visto. —Sí, me molestaría —admití. Me voltee y me acerqué hacia otro árbol donde no hubiera nadie a quien molestar con el humo y me permití darle otra profunda colada. —Sigue pegándome el humo —dijo el hombre—, apaga eso, vas a morir de cáncer en los pulmones y ocasionarás que yo también.  Giré los ojos, siempre estaban esas personas que se volvían odiosas y hacían sentir a los fumadores como la escoria del mundo. —Pues ruédate a otra parte —dije soltando el humo y dejando que mis músculos se relajaran. De repente el cigarro desapareció de mis dedos, el hombre lanzó el cigarro al suelo para seguidamente pisarlo con la punta de su zapato. — ¡Eres un imbécil! —expresé molesta observando el cadáver de mi cigarro en el suelo. —Una mujer tan hermosa no debería andar fumando y botando humo como chimenea. Alcé la vista y alcé una ceja.  Vaya.  Este hombre era realmente atractivo, su cabello era largo hasta rozar sus hombros, ojos profundamente grises. El traje le daba elegancia y resaltaba su espalda gruesa. Creo que podría perdonar la intromisión de este imbécil solo por esta vez. —Ni siquiera me conoces y ya andas prohibiéndome cosas. Él sonrió débilmente, maldición, esa sonrisa era perfecta.  Mi corazón comenzó a latir con fuerza y mi postura cambió a una más erguida para poder resaltar mi busto, con los años mi cuerpo se había desarrollado y gracias al gimnasio había reafirmado mis atributos. —Cosas que son buenas para ti —dijo—, después de unos años me lo agradecerás y tu sensual cuerpo también. Ahora fui yo la que sonreí. Hacía muchos años que no coqueteaba de esta forma, mi último novio fue Héctor había sido en la universidad, fuimos buenos amigos, estudiábamos juntos, hasta que se mezclaron las cosas y no salió muy bien. Nunca confié en los hombres desde que me rompieron el corazón cuando tenía 16 años y Héctor se cansó de mi desconfianza así que terminamos y no me atreví a abrirle mi corazón a otra persona porque sabía que no iba a funcionar... Hasta ahora. Rachel había estado preocupada con que me quedara soltera por el resto de mi vida y me había estado impulsando a salir nuevamente, puede que porque ella estuviera saliendo con un chico rico que ni siquiera había conocido, de seguro ella no quería que me quedara sola. —Debo irme, volveré allá adentro —murmuré sin atreverme a mirarlo otra vez, sin embargo el hombre me sostuvo el brazo deteniendo mis pasos, oculté una sonrisa victoriosa. Pídeme el número, pídeme el número, sabes que quieres mi número, por favor, por favor... — ¿Podré volver a verte? —murmuró. —No lo sé, ¿Crees que conozco el futuro? El hombre volvió a sonreír, pero esta vez bajó la mirada pareciendo avergonzado. Dios mío, me iba a dar un infarto. — ¿Me das tu número? ¡Sí! —Solo te lo daré porque parece que cuidas mi salud —dije observando como sacaba su teléfono del bolsillo de su pantalón, yo imité su movimiento y nos intercambiamos los teléfonos para poder anotar los números. —Estoy guardado como Denver —sonrió y miró su teléfono cuando se lo devolví—, ¿Santa? Todavía no le daría mi nombre, no sabía si él valdría la pena y si no funcionaba con él, era fácil desaparecer porque él no sabía mi nombre real. —Santa —repetí—, Adiós. Reprimí una sonrisa e intenté caminar moviendo mis caderas lo mejor posible sabiendo que me observaba, sin embargo mi tacón se estancó en la tierra y me caí a bruces contra el suelo.        
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