—¡Detengan a las portadoras de magia! —El rugido de un general enemigo resonó con voz ronca, pero sus hombres ya estaban inmovilizados, atrapados como ratas en las insidiosas ramas que se apretaban con más fuerza en torno a sus extremidades cada vez que intentaban zafarse. La horda de Zythos continuaba abalanzándose sobre ellos como una avalancha imparable ante la confusión que reinaba en las filas opositoras. Gideón rugía órdenes desde el frente, su espada cortando sin piedad la carne y el hueso con una violencia frenética. Su fuerza era descomunal, como si tuviera la energía de mil guerreros corriendo por sus venas, todo gracias a la Miel de Zafiro que le había dado su esposa. A su lado, cubriéndole la espalda, su capitán del ejército era una auténtica tormenta asesina desgarrando y des