Mientras tanto, en el vasto campo de entrenamiento reinaba un hervidero de actividad. Hombres lobo se movían presurosos de un lado a otro, afilando sus cuchillos con piedras de amolar, discutiendo formaciones de batalla y preparando sus austeras armaduras de cuero mientras en el salón de estrategias, su Rey disfrutaba del amor carnal con su esposa. En medio de aquel bullicio destacaba una delicada figura que parecía no encajar: la delicada Serabelle observaba atentamente a Thorger, el alto y fornido capitán cuya imponente presencia contrastaba con el pequeño libro que sostenía en una mano y el hacha de batalla en la otra. —Esta hacha, lady Belle, se ajusta a tu mano —dijo en un tono grave, acercándosele para colocar el arma en su palma extendida. Cuando Belle la cogió, sintió como si e