Intrigado, Gideón obedeció y retrocedió tres largos pasos sin apartar su mirada abrasadora de ella, al mismo tiempo que una sonrisa ladeada curvaba sus labios mientras aguardaba las caricias de su diosa. Aunque su orden de alejarse, a él le pareció algo contradictoria, porque si ella lo quería desvestir, significaba que él debía acercarse, no hacer exactamente lo contrario.
—¿Vendrás a mí, mi diosa? —preguntó Gideón con curiosidad y un tono seductor.
—No… aquí me quedaré —respondió ella con su voz delicada y encantadora.
En esa distancia de un par de metros que los separaba, Serenity extendió sus manos con delicadeza. Mientras ejecutaba sutiles movimientos con los dedos, la túnica de Gideón comenzó a deslizarse de su cuerpo, como si manos invisibles lo desnudaran. Él observaba atónito c
