Atalia pudo percibir cómo los delicados músculos de Serenity se tensaban aún más ante sus palabras, y eso la hizo sonreír con un aire malvado pero que la otra chica no pudo ver porque estaba de espaldas a ella. Una expresión lobuna, casi depredadora, se formó en sus afilados rasgos agregando: —Solo estoy bromeando —declaró Atalia con fingida ligereza—. En el instante que mi hermano te hizo suya, ya no eres de nadie más... ¿Es tu destinado? —Eh... —comenzó a balbucear Serenity, con un leve temblor en su voz—. Él me dijo que yo soy su destinada... —¿De verdad? —cuestionó Atalia, deteniendo el masaje por un instante, pues ella sabía que, si Gideón se lo había dicho, entonces así era. Sus manos se detuvieron sobre la tersa piel de la joven reina. —Sí, princesa... él me dijo que soy su otra