Serenity no pudo soportarlo más, y decidió salir de su escondite, con el corazón en la boca, se acomodó desde lo alto de las escaleras, viendo asombrada la carnicería con los ojos muy abiertos y las manos crispadas sobre su boca, presa de un pánico indescriptible. Ver a Gideón en plena acción una vez más, manchado de sangre enemiga y luchando con tal salvajismo desatado, le hizo pensar: ¿Cuántas vidas había segado el Rey lobo desde que llevaba conociéndolo? Ni siquiera quería pensar en ello… Gideón, ajeno a los pensamientos de Serenity, se movía con una destreza letal que no parecía importarle el reducido espacio de la pelea ni el fuego, hielo y aire que caían a cada instante. Los esquivaba todos como un experto mientras a su vez blandía el hacha de su cuñada con la soltura de quien la hu