Thorger, mirando a Atalia de reojo mientras de su boca destilaba la sangre de sus labios y parte interna de su boca rota, dijo con una risa cansada:
—¿Cómo no pude darme cuenta de que tú eras la maldita traidora? —Se preguntó, sacudiendo la cabeza—. Debí haber visto las señales, que siempre sonabas como si la vida te debiera algo. No lo veía, solo pensaba con mi maldito pene...
Sus palabras cargadas de amargura hicieron eco en las paredes de piedra del calabozo, sumiendo la celda en un silencio tenso, roto únicamente por los jadeos de dolor de Gideón y él. Atalia se volteó a ver a Thorger con una sonrisa burlona curvando sus labios. Se acercó a él, sujetándole las mejillas con fuerza, sus dedos hundiéndose en la carne magullada. Acercó su rostro al de él, como si estuviera a punto de bes
