Esa misma noche, en la majestuosa alcoba real en el reino de Zythos, el aire todavía se sentía cargado con las sensuales difusiones del encuentro apasionado que había tenido lugar momentos antes. Gideón yacía recostado contra las almohadas de plumas, su torso musculoso, cubierto por una delgada capa de sudor que brillaba a la tenue luz de las velas. Sus ojos verdes esmeralda destellaban con un fuego interior, observando con anhelo posesivo a Serenity, quien descansaba desnuda a su lado, acurrucada contra su cuerpo como un gatito buscando el calor de su dueño. En ese instante, la delicada cabeza de Serenity reposaba sobre el pecho de Gideón, escuchando los latidos de su corazón de guerrero. —Ahora que ya conocí cada recoveco de tu cuerpo —comenzó a decir Gideón —, es momento que conozca c