Lo primero que hizo Gideón fue sujetar con fuerza el cuerpo inerte de la mujer y llevársela corriendo al campamento, esperando que recibiera ayuda de los sanadores, pero para ese momento, ya era demasiado tarde... La vida la había abandonado en un suspiro final.
Cuando Gideón se marchó, Atalia salió lentamente de los matorrales, con sus ojos inundados en lágrimas que surcaban sus mejillas sonrosadas. Estaba a punto de seguirlos, pero Zairan salió de su escondite, interceptándola. La niñita, mirándolo con el ceño fruncido y la rabia ardiendo en sus pupilas, le dijo con voz temblorosa:
—¡Es tu culpa, tío! Tú trajiste a esos hombres. ¡Mi mamá murió por tu culpa!
De inmediato, Zairan negó con su cabeza, agachándose para abrazarla y llorar con ella, susurrándole al oído con voz melosa:
—No,
