—Aquí, este monumento, es... la estatua, de...—continuó hablando, tratando de desviar sus pensamientos a otros menos impudorosos. Serabelle lo escuchaba con atención, sintiéndose cautivada por la voz grave y profunda del lobo guerrero, a pesar de su dificultad con el idioma. Cada vez que él la miraba, una sensación extraña se extendía por su pecho, haciéndola estremecer ligeramente. El aroma almizclado de Thorger la envolvía, embriagador e inevitable. «No debo sentirme así», se reprendió mentalmente Serabelle. «Él es un hombre lobo, no son de fiar, en el fondo les tengo miedo porque si mi esposo que era un humano me lastimaba con dureza, un hombre lobo como él podría matarme si no me defiendo. Y sin embargo...». Ella dejó de hablarse a sí misma en pensamientos cuando Thorger se detuvo f