Emily Rose.
—¿Doctora? —la voz de Helena, la recepcionista del consultorio, me saca de mi ensoñación. ¿En qué momento me quedé estancada así que no la sentí entrar? —¿Ya vio el paquete que le dejé?
—¿Eeeh? —contesto perdida en mis pensamientos.
—Si ya abrió el paquete que le deje hoy en la mañana —responde divertida al darse cuenta de mi despiste. —Vino junto con estas invitaciones —señala con el dedo hacia unos sobres. —El Doctor me acaba de preguntar qué había decidido al respecto, ya que la Doctora Jenny ya llegó y seguramente va a querer asistir si usted también va.
—¿Jenny ya llegó? —me levanto de golpe de mi silla y miro mi reloj de muñeca y veo que son poco más de las seis de la tarde. ¿Tanto tiempo estuve entretenida?
Después de que Nicolás se haya marchado, me quede tan choqueada que no tuve ganas de atender a otro paciente, por lo que le pedí a Helena que cancelara todas mis citas previstas para la tarde. Jamás pensé que me quedaría tanto tiempo pensando en todo y en nada al mismo tiempo, o que esa confesión tan inesperada de su parte removiera las viejas heridas en mi corazón.
Lo de Luis fue hace más de un año, pero claramente aun no lo supero, o no me hubiese sentido así con respecto a la posibilidad de empezar de nuevo. Aunque analizando las cosas con la cabeza más fría, sé que tarde o temprano terminara siendo lo mismo. Yo seré la víctima de todo esto.
El hecho de que ambos tengan dinero y yo sólo sea la huérfana muerta de hambre con la que desean diversión y tal vez mucho sexo, siempre pondrá un muro gigantesco entre nosotros y lo que yo deseo y necesito realmente hacer con mi vida. No pretendo volver a caer en el mismo juego y gracias a Dios me di cuenta que no necesito un hombre en mi vida para obtener lo que quiero, poder.
Con eso en mi mente, aspiro una vez y me repongo. Tomo el sobre en mis manos y leo el membrete sonriendo de oreja a oreja. Helena me corresponde. Sé que huir no es exactamente la solución para mis problemas, pero un poco de distancia no le caería mal a nadie.
—México —susurro y ella asiente vigorosamente.
—El Doctor no va a poder asistir, ni su esposa —comenta chasqueando la lengua. —Según escuche por ahí, va a enviar a un Doctor nuevo en su representación y el de la clínica. Uno que empieza a trabajar desde la semana que viene. Y después ya serian ustedes con la Doctora Jenny.
Golpeo el sobre en la palma de mi mano una y otra vez pensando en la promesa que le hice a Nicolás de salir con él este fin de semana y la posibilidad de escaparme de ese compromiso sin dar explicaciones. Unos días de vacaciones en la playa suena exactamente a lo que yo misma me recetaría para este extremo estrés por la que estoy atravesando. Brisa, arena blanca, olas turquesas, tragos, nuevos aires, nuevas personas, suena a pura diversión y borrachera sin límite a la que quiero unirme sin dudar.
Tomo mi bolso y salgo de allí sin sacarme siquiera mi chaqueta, pero esperanzada por lo que me espera dirigiéndome hasta el apartamento de Jenny. Me toma unos minutos llegar hasta allí, ya que queda solo a pasos de la clínica, pero la espera se me hace eterna cuando toco la puerta y nadie abre ¡Mierda!
—Por fin, Jen —bufo en cuanto abre la puerta después de que me pareció haber estado allí parada por años. Camino directamente a la cocina quejándome y a la vez fingiendo que me es indiferente su llegada, un café fuerte mejorará mis ánimos y aclarará mi mente enmarañada.
No dice nada, ya me conoce lo suficiente. Me mira pacientemente hasta que doy la vuelta, camino hasta ella y nos fundimos en un abrazo fuerte, la extrañaba mucho.
Jenny es la única persona en quien confió plenamente, mi amiga, mi confidente, la que me conoce tal cual soy realmente. La única con quien congenié en el mismo momento en que su padre nos presentó en aquella cena.
Mi vida siempre ha estado llena de privaciones, mi niñez fue triste y trágica y mi pasar por el orfanato debido a la muerte de mis padres cuando yo aún era muy pequeña, representó solo el principio de todas mis desdichas.
De ninguna forma es una queja sobre el trato que recibí allí y del cariño que el Vicario Viggo y la hermana Lucy me dieron incondicionalmente hasta que cumplí la mayoría de edad, pero nada de eso se compara en lo más mínimo a lo que perdí ese día en el accidente y a lo que merezco realmente.
Desde que tengo uso de razón supe que no me quedaría de brazos cruzados dejándome arrastrar por un destino desdichado y privada de comodidades esenciales, decidí allí mismo que eso terminaría cuando yo pusiera manos a la obra, y así lo hago hasta hoy. Estudiar y salir adelante por mí misma es mi objetivo número uno, y todavía me queda un largo trecho por recorrer hasta conseguirlo. Los amores, están al final de mi lista, aunque un poco de diversión acepto de vez en cuando.
La tarea no ha sido para nada fácil, pero gracias a mi perseverancia conseguí una beca para estudiar la carrera aquí en la isla, y desde ese momento, Cuba se ha convertido en mi nuevo hogar. Mi esmero me abrió puertas, tanto que aquí estoy, con una carrera, un buen puesto de trabajo y totalmente lista para ganarme al mundo.
Después de horas conversando sobre la invitación que llegó para ambas y ponernos de acuerdo en las actividades que haremos juntas antes del viaje, paso a mi casa totalmente exhausta y bastante tarde. Resoplo apenas pongo un pie en la acera del viejo edificio, realmente necesito mudarme a otro sitio.
—Odio este maldito lugar —susurro colocando o intentando colocar la llave dentro de la oxidada cerradura. —Realmente lo odio.
Una mano tibia me saca las llaves de la mano y hace el trabajo por mí en menos de dos segundos sin mencionar una sola palabra, para después ponerla de vuelta en mis manos.
Me cruzo de brazos mirándolo mientras sus ojos azules me escudriñan nuevamente de pies a cabeza, como analizando cada movimiento que voy haciendo, o quizás intentando adivinar mis pensamientos.
—No es lo que piensa, Doctora —se excusa al momento rascándose la cabeza y sonriendo nervioso.
—Creo que es demasiado obvio —digo, y lo señalo con el dedo intentando mostrarme indomable ante él. —Me está acosando, Señor Fuentes. No es lo que acordamos hoy a la mañana. Ya me siento arrepentida de haber accedido a la cita.
Doy pasos atrás fingiendo una indignación que realmente no sentía y ni yo misma sabía el por qué, pero cierta satisfacción me inunda el pecho al saberme deseada por un hombre como él, guapo, millonario, con la edad perfecta, con un cuerpo escultural y con una colonia que alborota cada neurona de mi cuerpo cuando se me acerca.
—Estoy aquí por negocios —comenta negando vigorosamente con la cabeza. —Aunque es una casualidad agradable toparme aquí con usted. Jamás pensé encontrarla en un lugar como este o que terminaría mi noche con la satisfacción de verla, otra vez.
—Un lugar como este —afirmo en vez de preguntar. Sé exactamente a lo que se refiere, también yo creo que no pertenezco aquí.
Arruga su entrecejo observando detenidamente el estrecho lugar para después volver a conectar nuestras miradas. Pese a lo que pudieran imaginar, paso y dejo la puerta abierta, y por supuesto el me sigue.
—No lo tome a mal —se excusa una vez más, aunque lo que dije anteriormente no fue un reclamo. —Creo que no me expresé correctamente. Solo imaginé que sería…
—Un lugar mejor —termino la frase por él. —Pues no, ya lo está viendo ¿Decepcionado, Señor Fuentes? ¿Aún cree que le gusto y que soy una mujer interesante?
—Lo que creo es que se menosprecia a si misma —replica al momento. —No todos nacimos teniéndolo todo, doctora, y usted es una mujer talentosa que no le costara nada conseguir lo que quiere, estoy totalmente convencido de eso.
—Veo que será difícil hacerlo cambiar de idea —sonrío mientras me voy despojando de mis incómodos tacones. —Es un hombre bastante perseverante y persuasivo, además.
—Y usted una mujer bastante hermosa —dice casi en un susurro mientras observa mis pies descalzos ya con la respiración bastante agitada ¿Fetiches? —Una por la que me volvería loco sin pensarlo.
Teniendo en cuenta que esta solo a medio metro de mí, su cercanía va provocando cierta electricidad en mi bajo vientre que me hace soltar un jadeo bajo involuntario, pero que él escucha a la perfección y sonríe.
—Es…mejor…que…se vaya —tartamudeo tragando en seco. Tanto tiempo sola sin duda trae efectos colaterales al cuerpo y ahora mismo voy sintiendo más de uno o todos a la vez, y no sé si podré soportarlo por mucho tiempo.
Asiente con una dulce sonrisa y camina hacia la salida, mientras yo solo maldigo mentalmente ser tan tonta y no dejarme llevar al menos una vez por la lujuria sin pensar en ese estúpido sentimiento llamado amor.
Cierro la puerta tras su ida y resoplo mil veces frustrada y evidentemente necesitada.
—Creo que mi fibrón de caucho tendrá mucho trabajo hoy —río mientras froto mi cara enérgicamente.