Nicolás Fuentes. —Hasta yo te creí —ríe a carcajadas Don Augusto, la sangre se me sube a la cabeza de pronto al oírlo, mis sienes palpitan y mi respiración se empieza a acelerar. —No creo que quiera volver a verte, esto es realmente fabuloso, al menos mi Ángela no tendrá que preocuparse por esa huérfana. Me quedo mirándolo con la vista borrosa, el corazón partido en miles de pedazos, mis puños están tan fuertemente cerrados a mis costados que mis nudillos duelen mientras que el dolor de mi espalda se acrecienta. > la voz de Juan resuena en mi cabeza. —Vámonos, Ronald, dejemos al caballero pensar en sus actos —hace una señal hacia su gorila y ambos salen de la sala de juntas así sin más. No sé en qué momento comienzo a llorar, pero increíblemente lo hago sin reprimir absolutamente na