Esa noche tuve que pedir que de un restaurante nos trajeran de cenar porque Natacha estaba tan centrada en la pintura que se olvidó de sus obligaciones como criada y ni siquiera se dio cuenta de la hora, hasta que sonó el timbre y descubrió del otro lado de la puerta al motorista trayendo unas pizzas. Su vergüenza fue máxima al verme pagándolas y asustada por lo que pudiese pensar de ella, me rogó que la perdonara. ―No sentí que había pasado tanto tiempo, lo siento y comprendo que deba castigarme― balbuceó completamente sofocada. ―Tienes razón... ¡te mereces un buen correctivo! ― con tono duro y hasta siniestro, repliqué: ―Eres una desvergonzada, una insolente a la que tengo que educar... por eso, inmediatamente, ven a que te enderece. Dejando las cajas sobre la mesa, se acercó a recibi