–No me interesa, muñequita.– con mi mochila en mano salí del salón de clases. ¿Y ahora qué? No puedo estar en una aula con ella. Lo pensé dos segundos antes de volver a entrar. –Bienvenido señor Nicolás, ¿Ya podemos comenzar la clase o aún se tomará un tiempo para respirar afuera?– qué irritante es esta mujer. –No se detenga por mí, señorita.– comencé a caminar al asiento que tenía antes. –Señor Anderson, tome asiento enfrente.– volteé a ver a Mía quién me apuntaba a uno de los asientos que estaban en la primera fila justo frente a ella. –Prefiero sentarme atrás.– mencioné. –Lo siento, señor Anderson, pero aquí quién tiene la última palabra y la instructora soy yo, así que hágame el favor de tomar asiento para poder dar inicio a la clase o desea quedarse todo el día de pie. A ya de