Palabras que hieren a muerte

1659 Words
—Doctora Wolfang, ¿podría volver a su asiento, por favor? —farfulló ese hombre, al ver que yo no daba señales de querer pararme de allí. La mayoría de los que me rodeaban, me lanzaron miradas cargadas de mofa, y algunos entre risas se cuchicheaban cosas. Parecía como si él adrede hubiera hecho ese comentario para simplemente dejarme en ridículo, pero ya no había nada que me hiciera más daño que tenerlo delante de mí, guapo y radiante como solía ser, salvo que algo en su expresión me decía que no era el mismo, que había cambiado drásticamente con el pasar de los años. Sentí mis piernas temblar al intentar ponerme en pie, y mi corazón removerse descontrolado en mi interior. Estaba a solo unos pasos de mí, vivo como cualquiera de nosotros, serio y distante, pero igual de guapo como cuando lo conocí por primera vez. Sólo tenía alguna sutil arruga, que se asomaba en sus ojos cuando mantenía esa forzada sonrisa socarrona. ¿Estaba alucinando, cierto? ¿Todos estaban viendo lo mismo que yo? Caminé casi arrastrando los pies en dirección a mi puesto, bajo las miradas de disgusto de todos los presentes. Sin poderlo siquiera soportar, debido a que mi cabeza comenzaba a dar vertiginosas vueltas, caminé con torpeza hacia la salida de esa fiesta, mientras aquel hombre que creía muerto, daba su discurso. Creí por un momento que colapsaría en medio del pasillo, dado que ni respirar podía por mi propia cuenta, mis pulmones comenzaban a pasarme factura a falta del oxígeno que no lograba alcanzar. Me apoyé, mareada como nunca antes sobre la pared, pero mi cuerpo se tambaleó en dirección al piso, de no ser por Nia que me había seguido alarmada con mi actitud, habría terminado cayendo de bruces. —¿A dónde vas, Lucy? —gruñó, ayudándome a incorporar con sus delicadas manos. —Necesito lavarme la cara… —balbucí en un hilo de voz, limpiándome el sudor helado de mi frente—. Esto se está pasando de la raya, mi cerebro me está haciendo una mala broma de nuevo. —Lucy —susurró, nerviosa de verme en ese estado—. ¿Él realmente es ese Jack? La observé, estupefacta de que hubiera deducido tan rápido las cosas, como si leyera mi mente, pero no era de extrañar, dado que era mi consejera, y la persona que más me conocía después de mí misma. Apreté con fuerza aquel anillo en mi mano, sintiendo cómo mis uñas se clavaban en la palma, causándome un intenso dolor. —Yo no lo sé, Nia —contesté, mientras mis ojos se nublaban por las lágrimas—. Estoy realmente confundida, déjame sola unos minutos, por favor. —De acuerdo, no te demores mucho, si necesitas algo, avísame. —Gracias. Ella, un poco insegura de ello, fue liberándome de su agarre lentamente, dándome la libertad que necesitaba para tranquilizarme. Me metí en el baño, donde respiré hondamente a la espera de poder calmarme, sentía mis manos temblar y mi rostro palidecer con cada segundo que pasaba. Abrí la llave del lavamanos y me empapé el rostro con agua helada, sin embargo, los intensos deseos de vomitar se asomaban vertiginosos por todo mi cuerpo. Sin poderme contener más, me tendí en uno de los tantos cubículos libres, a dejar que todo saliera. Estaba en un estado de shock, en el que mis pensamientos se enredaban junto con los recuerdos. ¿Había sido engañada? ¿Había vivido una mentira por más de siete años? ¿Había caído como una idiota en una de las tantas trampas de Deborah Walters? Bajé la cadena. Cuando me sentí mucho mejor, caminé fuera del cubículo encontrándome con Jack, lavándose las manos fresco como una lechuga, como si verme allí no fuera la gran cosa, como si le diera lo mismo… o eso quería hacerme creer. —¿Se encuentra bien, doctora Wolfang? —preguntó, analizándome a través del reflejo del espejo. Me quedé estática, hipnotizada con la manera en la que me observaba, en silencio admiraba su bello rostro de ahora todo un hombre, hecho y derecho. Él enarcó una de sus cejas, a la espera de mi respuesta, una que no fui capaz de darle en ese instante. —¿Se siente bien? Pareciera como si hubiera visto a un fantasma. —Creo que no me siento para nada bien —murmuré, plantándome a su lado, como lo hubiera hecho en los viejos tiempos, cuando tenía largas charlas con mi imaginación de él, porque aún no daba crédito a la idea de que él fuese de verdad—. Esto se está saliendo de control, estoy alucinando de nuevo y no es justo que las cosas para mí tengan que ser de esta manera, Jack. —¿No has pensado que quizás todas esas bromas de tu cerebro, no son más que tu conciencia, reafirmándote tu grave equivocación en el pasado para conmigo? —soltó de repente, dejándome anonadada al sentir su gélido aliento sobre mi rostro. —¿A qué te refieres? —bufé, echando chispas por los ojos ante su extraña especulación—. No te entiendo, has estado apareciendo por días, ¿qué es lo que quieres de mí? —rugí, dejándome llevar por mis impulsos. Con toda la energía que me quedaba, le propiné un empujón que no lo movió ni un centímetro de su lugar, no obstante, pude percatarme de que su cuerpo era de verdad, que podía sentir el calor de su piel bajo las palmas de mis manos. —Tú… Tú eres real… —¿Qué esperabas acaso? —se carcajeó con cierto fastidio en su tono de voz, mientras se sacudía mis manos de encima con desagrado, como si le repudiara tenerme siquiera a centímetros de su rostro—. ¿No me ves hecho de carne y hueso? —Jack… —balbucí, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a bañar mis mejillas—. Tú… ¿Cómo es posible? ¿Estoy soñando? Sin molestarme en pensarlo más a fondo, tomé su rostro entre mis manos y acaricié sus mejillas con las yemas de mis dedos, recordando a la perfección la suavidad de esta bajo mi tacto. Sus ojos abiertos como platos me escudriñaban, despectivos. Me puse de puntitas, ya descontrolada, deseosa de hacer aquello que pensé jamás volvería a hacer en mi vida y posé con ternura mis labios contra los suyos, sintiendo cómo su cuerpo se crispaba en el acto. Quería continuar explorando más a fondo la dulzura de su boca, olvidándome por completo que aquel hombre frente a mí, tenía familia; una esposa y una hija. Dejé todo de lado sólo por mis fervientes deseos de sentirlo de nuevo, sin embargo, él me cortó fríamente, empujándome con violencia. —¿Qué demonios te pasa? —Tú… realmente eres tú… —¡Pues claro que soy yo! —gritó, furioso con lo que había ocurrido—. ¿Qué carajos tienes en esa cabeza? —Realmente estás vivo —susurré maravillada, tomando sus manos, sin importar que me volviera a hacer a un lado. —En parte. —Creí que tendrían que pasar años, envejecer y esperar a encontrarme contigo muy lejos de aquí. Esto es demasiado irreal, Jack, tú estás vivo, siempre lo estuviste. Acerqué sus cálidas manos a mi rostro, deseaba que también me acariciara como lo hacía en los viejos tiempos, cuando estábamos juntos felices y sin preocupaciones, pero él no hizo absolutamente nada. Se limitaba a sonreír con irritación a todo lo que decía o hacía, entonces quizás yo estaba demasiado loca, pero rodeé su cuerpo entre mis brazos, fascinada con volver a sentir su perfume masculino invadir mis fosas nasales. —¿Qué diablos crees que haces? —escupió molesto en mi oído, rompiendo mis ilusiones, mi momento de dicha y mi corazón ante su frialdad. —¿Jack? —Ni se te ocurra volver a tocarme, me das asco —refunfuñó, jalándome del cabello para que pudiera mirarlo a la cara, una que se desfiguraba en la ira—. Un ser despreciable como tú me produce repulsión y ganas de vomitar con solo verte. Eres desagradable, Lucy Wolfang. —L-Lo siento… —fue lo único que logró salir de mi garganta, ante aquella cruel reacción por su parte. Estaba herida de muerte ante ese trato tan brusco y cínico, nunca llegué a imaginar que él me lo brindaría sin razón aparente, quizás tras tanto tiempo separados, Jack ya no sentía nada por mí. —Además, soy tu jefe. ¿Cómo puedes tener el descaro de siquiera mirarme a los ojos? —gritó sobresaltándome con su gruesa voz en mis tímpanos—. Debí darme cuenta siete años atrás que eras esa clase de persona, que me usaría sólo para obtener lo que fuera a cualquier costo, qué tonto fui al creer en ti —rechinó sus dientes, conteniendo los deseos de golpearme, y antes de continuar, soltó mi cabello—. Y hoy al verte, noto que no has cambiado absolutamente nada. —N-no te estoy comprendiendo, Jack. —Sólo te haces la idiota. —Jack… Quería decirle tantas cosas, decirle todo lo que había deseado durante años, pero las palabras debido al miedo, no salían. Al ver su expresión llena de odio, supuse que lo mejor era callarme, y esperar. ¿A qué?, no tenía la menor idea, dado que él ya tenía su vida y yo la mía. Lastimosamente, la mía había sido trazada basándome en su muerte, en la culpa de un accidente que debió matarme a mí, creyendo en lo que él hubiera deseado para mí. Porque él era mi vida, mi mundo y mi todo, ahora que había descubierto que seguía vivito y coleando, me sentía dichosa. Pero algo en mi interior se rompió al percatarme que aquella niña, Lucila Kystine era su hija y probablemente Victoria Alkovok, su hermosa esposa, tal y como debió ser siempre.
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