—¿Sigues aquí?—, anunció. —Sí, ahora salimos—, balbuceó Bruno. Me arreglé el bañador y me apresuré a acercarme a Miguel, que acababa de entrar en el salón. Momentos después, Bruno y Ana salieron de la habitación de invitados. Sus ropas parecían arregladas a toda prisa. Apenas pude contener la sonrisa. —Lo siento, hemos debido de perder la noción del tiempo—, se disculpó Ana, con la cara tres tonos roja. No sé si era por la vergüenza o por el esfuerzo. —Hey, —mi casa es su casa—, al menos mientras siga siendo mía—, se rio Miguel. Me encontré mirando a la pareja más joven con envidia. Ver la forma en que Bruno tomaba a Ana me hizo desearlo para mí. Sabía que iba a divertirme con Miguel, pero mi lado perverso se preguntaba por qué no podía tener a los dos. Esas fantasías oscuras realment