Los dos días siguientes fueron como un borrón. Sólo podía pensar en el próximo sábado y en lo que iba a pasar. Miguel, sorprendentemente, me dejó sola en el trabajo. Pasó de intentar quitarme la ropa a cada momento a tomarse las cosas con total despreocupación. Al principio, me sentí confusa, pero luego pensé que debía de estar reservándose para el sábado. O estaba cansado de tontear sin sexo, o pensaba que dejándome sola me haría desearle más. Si eso era cierto, funcionó. La repentina falta de atención de Miguel me resultaba frustrante. En tan sólo unos días había llegado a confiar en el acalorado flirteo y los locos encuentros que habíamos tenido. Y cuando llegué a casa, descargué esa frustración con mi marido. El viernes, la noche antes de ir a casa de Miguel, Alejandro me cogió por de