Olivia tuvo que cambiar la blusa por una amarilla, era de antaño y estaba un poco vieja. Observó el lugar frente a ella, era de tres plantas con un gran jardín invadido de flores y rosas preciosas. En la terraza había una pista de aterrizaje para helicópteros. Quedó maravillada, sólo un poco. No se alejaba mucho a otros lugares.
Había una piscina que le fue imposible no tragar saliva y respirar, el agua le daba terror.
Salió con una caja mediana en sus manos y caminó evitando por completo la distancia con el agua.
Al dar un paso más fue halada por una mujer de traje.
- Toma las copas y llévalos a la oficina de la señora Spencer. – la confundió con la criada y obligó a dejar la caja sobre la escalera.
No dio oportunidad de que Olivia hablara, ya cuando se dio cuenta ella se marchó. Por intuición y por hacer un favor caminó hasta la oficina, estaba abierta que decidió entrar en silencio.
Las mujeres de adentro: tres mujeres elegantes y refinadas que usaban ropas de marcas se quedaron a verla con rostros alargados.
- ¿Por qué no pediste permiso para entrar, muchacha? – acusó la madre de Eduardo, Mariza Spencer. - ¿Acaso no ves que tenemos visita?
Con la mano en la cintura señaló a la joven que tenía junto a ella. Las características se apegaban a las de una modelo de cabellos amarillos y piernas largas, era Cintia Wilson.
- Ella es la futura esposa de mi hijo. Esta vez yo voy a elegirla, ya no lo hará el abuelo Spencer. Sólo de acordarme con quien lo casó, me da dolor de cabeza y se me remueve el estómago. No sólo es pobre, también es fea.
Olivia levantó las cejas. Notó que Mariza no tenía ni idea de quien era ella y de lo que era capaz.
Era cierto que la pubertad hace tres años no la trató bien. Anteriormente ocupaba grandes lentes que sus ojos se veían enormes. Siempre se trenzaba el cabello a los lados y sus ropas le quedaban grandes. Era un patito feo y Mariza aprovechó una de una de esas fotos y las regó por toda la mansión. El personal y todos esperaban a aquella muchacha fea.
- Anda, reparte el vino. – ordenó mientras masajeaba las sienes en círculos con los dedos. Se daba aires de grandes y liberaba tensiones.
- No haré eso. – habló Olivia.
- ¡¿Qué has dicho?!
- Lo que ha escuchado, yo no voy a repartir ni una mierda.
Mariza estaba que no podía tras escuchar aquel vocabulario tan vil que empezó echarse aire con las manos y respirar entrecortado.
- Espera un momento, mamá. – la tercera mujer se unió analizando por completo a Olivia.
Era igual de joven que la otra, Andrea Spencer. En su rostro denotaba diversión cómo si hubiese descubierto algo.
-
Tú tienes que ser Olivia, Olivia Harper, la esposa fea y pobre de mi hermano. ¡Ja! – se echó a reír. - Aunque los años te trataron bien, tu ropa y poca educación te han delatado. Tuyo tiene que ser ese carro tan feo que está a fuera. Si hubiéramos sabido que venías en eso, hubiéramos enviado a un chofer a recogerte para que no dieras un mal espectáculo.
Olivia apretó los labios y respiró. “¿Por quién la toman?”. Con tan sólo pedirlo ella se hubiera trasladado en un elegante Ferrari de último año y, es más, en un Jet, así le daban uso a la pista de aterrizaje.
- ¿Esta es la esposa de Eduardo? – preguntó Cintia con aversión y condescendencia sin creer lo que tenía en frente. - ¿Esto es su esposa? ¿La chica sin modales y blusa horrible?
Olivia estiró los labios, esa fue la gota que llenó el vaso, ya era suficiente de esas mujeres huecas de la cabeza. Tomó de aquel vino y se los regó a las tres por igual. Después salió de la oficina.
Las damas gritaron como gatas en celos. Sus finas y delicadas prendas fueron bañadas y manchadas por el vino al igual que el rostro y cabellos.
Mientras Olivia tomaba la caja, una voz masculina la llamó desde la entrada.
- Señorita, Liv. Bienvenida.
Era Rubén Spencer, el abuelo de la familia y quien la conoce desde que era una cría. Él visita a su abuela y abuelo muy a menudo.
- Señor Rubén. – respondió Olivia a su llamado con una sonrisa en los labios.
- ¿Por qué no te han llevado a tu habitación? Debes estar cansada.
- Lo que pas……
- ¡Padre! – rugió Mariza quien se acercaba a ellos. – esa sinvergüenza y sin modales nos arruinó por completo. ¡Arruinó nuestras prendas! ¡Es una pandillera!
Rubén observó a las damas empapadas en vino y también a Olivia. Conocía a su hija muy bien, como conocía a la joven.
Olivia dejó salir una sonrisa, le daría material para que hablara de más. Retiró la chaqueta dejando ver su brazo marcado por la majestuosa tintan con diseños florales, era un hermoso tatuaje. Esto hizo que Mariza por poco se desmayara, el aire le faltaba.
- ¡Es una delincuente! ¡No vas hacer nada! – agregó más molesta que antes. - Esta pueblerina a parte de tener piojos y que otras cosas más, ¡Es una pandillera! Es una…
- ¡Mariza Spencer, guarda silencio y recibe bien a nuestra invitada!
Con su voz en alto, Mariza se quedó de una sola pieza. Su padre jamás le había levantado la voz y menos por una chiquilla de pueblo.
- Disculpa a mi hija, querida. – dijo en dirección de Olivia. – Andrea, por favor lleva a…
- Olivia. – se apresuró a hablar la joven.
Liv era un nombre que la representaba en su ciudad natal y en otras partes. El abuelo Spencer levantó las cejas, él dio su palabra de no intervenir en las acciones de la muchacha. Mirándola dijo.
-
Lleva a Olivia a su habitación.
- Sí abuelo. – habló de mala gana Andrea sin entender porque él la defendía y trataba como una igual.
Tras subir las escaleras acompañada de Cintia y con Olivia tras de ellas, Andrea apuntó a la puerta y le dijo con indiferencia.
- Es esa. Es una habitación grande, quizás la más grande y lujosa que hayas visto en toda tu vida. Así que no trates de tomar nada porque te estaré…
Antes de terminar su frase, Olivia le echó la puerta encima.
Andrea hizo pequeñas rabietas como las de una niña de 5 años.
- ¡No la soporto! – soltó.
- Pero la has hecho pasar a la habitación de Eduardo. – dijo Cintia sorprendida.
El rostro de Andrea se volvió malicioso y con una sonrisa respondió.
- Lo sé. Mi hermano odia que se metan en su habitación. Cuando la vea la sacará a patadas y yo estaré ahí para burlarme.