El pervertido

1236 Words
Olivia miró la habitación, era lujosa y amplia, sin embargo, no le prestó atención. Quería refrescarse y recobrar energías antes de ir a su trabajo. Para ser honestad estaba que no aguantaba, anoche se desveló y hoy tenía que informar algo importante que no podía esperar. Dejó la caja sobre la mesa de noche. Fue hasta el baño donde se desvistió y entró en la ducha. Al intentar tomar algo de shampoo, se dio cuenta que era para hombre o, mejor dicho, todos los productos eran para hombre. Eso si le resultó extraño. Lavó el cabello y cuerpo cayendo en su error. Esa no era la habitación correcta, Andrea le mintió y tenía que salir de ahí antes que llegara su dueño. Tomó la bata de baño. Tenía una peculiar y familiar aroma, sobre todo la colonia, le recordaba a alguien de su infancia. Dejó de pensar en ello y se la colocó en el cuerpo. Antes de salir, cepilló los cabellos. En ese instante Eduardo entraba en la habitación. Después de recibir un masaje que ayudaba a liberar las tensiones y de esquivar a su madre y hermana por completo, se sentía relajado. Sabía que ese día llegaba la que se supone que es su esposa, pero tampoco tenía ganas de verla. Ya era suficiente con tenerla dos meses en la mansión. Además, también estaba el tema de la nueva prometida que Mariza a elegido para él. No le importaba la joven en lo absoluto, así que al final de los dos meses él iba hacer soltero. Retiró la ropa del cuerpo hasta quedar prácticamente desnudo y luego tomó una bata de baño que siempre deja junto a la cama, iría a darse un duchazo antes de volver a la empresa. Mientras lo hacía, los ojos se enfocaron en aquella caja. Se acercó y observó que estaba sellada. Eduardo siempre lleva una navaja en el llavero que hizo uso de ella en ese momento. Lo que encontró dentro fue ropa interior de mujer. Estaba sorprendido, sonrojado y curioso. Olivia salía del baño y cuando observó que alguien estaba dentro de la habitación y revisaba su ropa pequeña. Apretó los puños y se lanzó a la espalda del pervertido que tocaba con indecencia sus pantis. - ¡Eres un pervertido sin moral y ética! – acusó. - ¡Deberían de darte tu merecido! Eduardo sintió el peso sobre la espalda de la mujer que gritaba como loca y acusaba de ser indecente cuando ella era la que irrumpió en su habitación. Intentó quitársela de encima, pero ella parecía chicle. Batalló por casi todo el cuarto haciendo que los movimientos bruscos aflojaran sólo un poco el nudo de la bata. Terminó por perder el equilibrio y cayó en la cama. Aprovechó que ella dejó de moverse, de inmediato se montó sobre Olivia sujetándola de ambas manos. - ¡Basta! – le dijo. En ese instante ambos abrieron los ojos abruptamente tras reconocerse. Misma mujer que lo humilló en el parqueadero del restaurante y mismo hombre que chocó el carro de Olivia - ¿Qué haces en mi habitación? ¿Quién te dejó pasar? – preguntó Eduardo con el rostro oscurecido y mirada penetrante. – responde o llamaré a los de seguridad y esta vez si vas a lamentarlo. “¿Dijo su habitación?” Olivia chasqueó la lengua, eso explicaba los productos para hombre, pero no explicaba porque ese hombre vivía en la mansión Spencer. A menos que… Después de llegar a una ligera sospecha de quien era, Olivia no bajó la guardia, mantenía la mirada fría ante él. - ¡No tenías derecho a tocar mis prendas! ¡Y Quítate de encima, ahora mismo! – ordenó entre dientes ignorando por completo las preguntas de Eduardo. - No estas para dar órdenes. - Vaya que todos están locos aquí. He dicho que me sueltes, ¡Idiota! ¿No has escuchado? Eduardo zambulló con fuerza la respiración. ¿Acaso no sabía con quién estaba tratando? Al tratar de decir su nombre y hacerle saber de qué era capaz, la puerta se abrió. - ¡Eduardo, deja a esa mujer ahora mismo! ¡Deja a Olivia en este mismo instante! Mariza estaba que no podía tras ver aquella escena ante sus ojos. Lo mismo pasaba con Andrea y Cintia, quienes subieron a toda prisa tras escuchar los fuertes ruidos. Ver a Eduardo sobre Olivia, era una escena prometedora. Ambos en bata de baño y sobre la cama. Olivia volvió a chasquear la lengua y no por saber a quién tenía montado encima de ella, sino porque le atinó. - Ya oíste a tu mami, suéltame. – agregó sarcástica. Eduardo la miró sombrío y sin decir palabras decidió soltarla. A continuación, se colocó de pie, caminó hasta la puerta y antes de que su madre le dijera algo más, terminó por cerrarla de un solo golpe. Él no iba a dar explicaciones. Giró donde Olivia, la mujer ya estaba de pie y cerraba aquella caja. Para ser honesto, Eduardo esperaba a una mujer fea como en la fotografía que su madre recorrió por toda la mansión, no esperaba a la del restaurante, la insolente que resultó ser su esposa y aunque le cueste admitirlo, era bella. El abuelo Spencer dijo que era una muchacha amable y humilde que pocas veces hablaba, pero lo que tenía en frente era todo lo contrario, un terremoto. Olivia con la caja en mano caminó para abrir la puerta y le dijo manteniendo firmeza. - No fue un gusto en conocerte. Te he dejado un panti como obsequio, ya que lo has tocado. Eduardo hizo una pequeña mueca con los labios a la vez que apretaba los dientes. Era un hecho que toco el panti, pero ella no tenía derecho de entrar en su habitación, era un lugar privado, ajeno de todos, era su santuario. Los ojos recayeron en aquel lunar de Olivia ubicado justo en el centro del pecho. Lo había visto en algún lado. - ¿Qué? ¿Tú también esperabas a una chica fea cómo todos aquí? - preguntó Olivia dejando ver una sonrisa implacable. – te tengo noticias, aquel patito feo se convirtió en cisne. Ahora no me salgas que ya no quieres divorciarte, porque yo no he venido en busca de amor. La razón de vivir aquí por dos meses en sencilla, es el divorcio. - ¡Sal de la habitación ahora mismo! – ordenó con potente voz. Era increíble que ella dijera eso cuando él también esperaba el divorcio. - ¡Y no se te ocurra volver entrar! Olivia sólo pudo sonreír en burla. Al estar a fuera las mujeres se apresuraron a interrogarla. - ¿Qué hacían en la habitación? - ¿Por qué traes la bata de baño de Eduardo? - ¿Por qué tanto ruido? Olivia fingió una sonrisa de placer y sólo respondió con una sola frase. - Señora Spencer, felicidades. Ha tenido un hijo superdotado, si sabe a lo que me refiero. Caminó dejando a las damas con la boca abierta y sobre saltadas. Eso era imposible, Eduardo no era ese tipo de hombre, sus gustos eran más apegados a los de Cintia, no a los de Olivia. - Lo que has dicho es mentira. ¡Quién podría fijarse en ti! – chilló Cintia al mismo tiempo que apuntaba. - Eduardo Spencer. – respondió Olivia antes de cerrar la puerta de su habitación. .
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