No eres más que un simple extraño
Ada
Después de prepararme una taza de té verde y enviarle un mensaje a mi esposo de que estaré esperándolo despierta, vuelvo al sofá en la sala de estar, me deshago de mi bata y me tumbo en él mientras me envuelvo con una manta roja, preparándome para iniciar mi próxima lectura. Llevaba unos días queriendo leerlo pero no estaba de humor ni para abrir un libro después de lo que pasó en la cena familiar con los padres de Connor.
Tomo un pequeño sorbo del té caliente que me sienta bien en la garganta y me sumerjo en las palabras escritas, dejándome distraer de mi realidad una vez más, porque la lectura se convierten en mi vía de escape cada vez que resiento mis problemas y eso es exactamente lo que necesito ahora mismo; escapar.
No sé cuánto tiempo transcurre hasta que estoy a punto de empezar el quinto capítulo de la historia, pero el sonido del ascensor subiendo captura mi atención porque sé que la única persona que tiene acceso a él es Connor. Quizá habrá recibido mi mensaje y ha llegado más temprano de lo usual.
Una ráfaga de ilusión abraza mi pecho.
Cierro el libro, lo dejo en la mesa de cristal donde está mi taza de té medio vacía y miro en esa dirección cuando se abren las puertas después de emitir un sonido. Mi respiración se entrecorta y puedo jurar que por poco me desmayo al ver a Ryan saliendo del ascensor, sosteniendo a su hermano. Lo está ayudando a mantenerse de pie porque es obvio que no puede hacerlo solo. Está borracho.
Dos guardaespaldas del anillo de seguridad que resguardan a Connor a todas horas, también salen del ascensor seguido de ellos e inmediatamente me levanto del sofá, poniéndome la bata para estar presentable, antes de siquiera acercarme a donde se encuentran.
—¿Qué ha pasado? —inquiero enseguida, preocupada por la seguridad de Connor porque sé que no le gusta beber cuando trabaja, con la única excepción de algunos fines de semana.
Los guardaespaldas se miran entre sí pero permanecen en silencio, negándose a delatar a mi flamante esposo. Sé que no responden ante mí. Responden ante su jefe, que ahora mismo no está en condiciones de responder por sí mismo. Sólo suelta palabras incoherentes a causa del alcohol.
—He hecho una pregunta —vuelvo a insistir, con voz más firme e impacientada. Sin embargo, mis nervios comienzan a incrementar—. Espero que tenga la cortesía de responder porque mi esposo se encuentra en este estado.
Después de decir esas palabras, Ryan por fin se atreve a levantar la mirada, sus ojos azules como el hielo se detienen en los míos por unos segundos y enseguida recorren todo mi cuerpo entero al fijarse en la manera en que voy vestida.
Puedo ver cómo sus hombros se tensan al percatarse de que la escasez de ropa deja al descubierto mis piernas. Trago grueso.
El ambiente de la sala de estar se vuelve pesado, asfixiante, porque siento que me está observando casi como si me hubiera visto desnuda y un deseo que nunca antes había sentido por nadie, empieza a invadirme de nuevo. No debería sentirlo, pero soy incapaz de deshacerme de esa sensación.
Mi corazón se acelera con tanta intensidad que mi única salida es contener la respiración mientras espero una respuesta de alguno de ellos.
Tardan en contestar.
—Creo que esto se explica por sí solo, Ada, tu esposo está borracho, ¿no lo ves? —su respuesta cargada de desdén me hace sentir tonta; utiliza un tono duro y casi cruel conmigo.
Parpadeo, dos veces para ser exacta, sorprendida por su repentina actitud mezquina.
No hay ningún indicio de arrepentimiento en su mirada, así que intento restarle importancia. No debería sentirme mal que me trate así. No es nadie para mí. Bueno, es él hermano de mi esposo y la persona que me provoca cosas que no quiero sentir.
—Eso lo sé, no soy estúpida —aprieto los labios con fuerza, una oleada de decepción pura asaltándome—, solo quiero saber por qué se encuentra en ese estado.
Me mira fijamente antes de soltar una risa amarga que me incomoda. Vuelvo a sentirme confundida. No entiendo por qué se comporta así después de nuestras dos interacciones de hace unas semanas. Pensé que al menos estaría algo emocionado de verme de nuevo...joder.
—Creo que tú más que nadie deberías saber por qué mi hermano está así —increpa con voz carente de emoción.
Meneo la cabeza y entrecierro los ojos, —No estoy entendiendo... ¿qué intentas decir?
—¿No lo entiendes? —pregunta de manera retórica. Una falsa diversión llena su expresión.
—No, no entiendo dónde quieres llegar con tus insinuaciones.
Mi tono es firme. Él resopla con hastío.
—Creo que sí lo sabes, ¿qué diablos le hiciste a mi hermano para que terminara de esta forma?
—¿Yo? —agudizo mi tono de voz.
—Si, tú —acusa—, ¿qué es lo que le hiciste, Ada?
Una sonrisa incrédula brota de mis labios. Lo miro sintiéndome indignada. No entiendo que le da el maldito derecho de hablarme de esa forma.
Y tampoco me importa quién sea, no dejaré que ningún hombre me trate así.
—A ver si lo he entendido bien, ¿tu hermano de casi treinta y cinco años decide emborracharse y la solución más brillante que se le ocurre a tu cabeza es culparme de las acciones de un hombre adulto? —suelto con sarcasmo, cansada de la manera en que esta actuando conmigo cuando no he hecho nada para recibir este trato.
—Por lo que sé de ti hasta ahora, no creo que mis suposiciones estén muy alejadas de la verdad —concluye en tono cortante.
—¿Y se puede saber que es lo que sabes de mí si apenas nos conocemos?
—Más de lo que me gustaría reconocer. Y diría que eso es suficiente.
Frunzo el ceño mientras le lanzo una mirada confusa que no responde. No me importa.
—No pensé que fueras una de esas personas que juzgan a otra sin siquiera darse la oportunidad de conocerla —sus labios se curvan en una línea recta mientras hace un esfuerzo por hablar pero no se lo permito—. Sin embargo, eso tampoco te da derecho a dirigirte a mí de esta manera, así que te sugiero que te recompongas y pienses dos veces lo que vas a decir antes de hablar o de lo contrario, te pediré educadamente que te vayas de mi casa.
—No voy a dejar a mi hermano así —su respuesta es bastante simple, su mirada entrecerrada mientras me mira con ojos preocupados.
—Entonces empieza a comportarte como una persona racional.
—¿Es eso una orden? —Enarca una ceja. Su mirada se ensombrece al mirarme. Mi pecho comienza a agitarse. Sé que no debería contestar y entrar en este juego que puede llevarme a algo de lo que me arrepienta, pero parece que no puedo evitar que mis labios digan algo.
—Sí —suspiro.
La sonrisa maliciosa y condescendiente que roza la comisura de sus labios hace que me flaqueen las piernas.
—Mmm, creo que te estás equivocando, déjame recordarte un pequeño detalle: no soy una persona a tu servicio ni alguien a quien puedas dar órdenes —responde con tono descarado, pero se mantiene con una postura tensa—. No acepto órdenes tuyas, Ada —afirma con voz innegociable.
Aprieto la mandíbula.
—Lo haces cuando estás en mi casa. Si no te parece, ahí está la puerta —señalo en dirección con mi mano—. Incluso te acompañaré la salida —me cruzo de brazos, sin revelar ninguna emoción al hablar.
—¿Me estás pidiendo que me vaya? —inquiere exaltado—. ¿Es eso? —un atisbo de dolor parpadea en sus ojos, pero desaparece tan rápido que creo que me lo he imaginado.
De repente siento un nudo en la garganta, pero no cedo.
—Sólo te estoy pidiendo que seas amable y respetuoso —digo en su lugar.
Su silencio es suficiente respuesta para dejar de insistir, pero algo me dice que no va a deponer su actitud. Lo mejor por hacer es ignorar su presencia y hacer de cuenta que no está aquí. Mi mirada se desliza hacia los guardaespaldas, que han estado presenciando nuestra extraña interacción y nos están observando con una cara de sospecha. Y con algo parecido a la incomodidad.
—Rivers, Clive —me dirijo a ellos.
—¿Sí, señora Holland? —se enderezan mientras responden al unísono.
—Ya pueden retirarse, caballeros —hago énfasis en la última palabra—. Como podrán darse cuenta, Connor no va a ir a ninguna parte en lo que resta de la noche —les dejo saber. Dudan, pero siguen sin moverse y, al cabo de unos segundos, comprendo el motivo de su vacilación. Mi estúpido cuñado.
—Señora Holland, no creemos que sea lo indicado dejarla sola con... —interviene uno de ellos. Niego con la cabeza al instante.
—No tienen que preocuparse por él, no representa ninguna amenaza ni para su hermano ni mucho menos para mí. Pueden irse sin ningún problema —les digo en tono despreocupado, evitando la intensa mirada de mi cuñado. Él se aclara la garganta ruidosamente para recordarnos que sigue aquí.
Me miran una vez más y, tras asentir en sincronía, se dirigen a la salida del penthouse, absteniéndose de usar el ascensor por el cuál subieron hace unos minutos.
Una vez que me aseguro de que han abandonado mi casa por completo, vuelvo a mirar a mi huésped no invitado, irradiando una furia que ni sé de dónde proviene. O quizá sí.
—Que sea la última vez que me hablas así, puede que ahora formes parte de mi familia, pero que te quede claro que para mí no eres más que un simple extraño —le digo en tono firme, tal vez intentando ser hiriente con él; sus ojos son como dagas que si pudieran matarme, estoy segura de que lo harían. Aún así, permanece en silencio ante mis duras palabras—, ¿te ha quedado claro, Ryan?
Lo veo tensar la mandíbula y, tras un largo silencio que por poco me sofoca, asiente.
—Perfectamente —asegura con seriedad, un destello sombrío se agita en sus ojos—, me queda muy claro que desde el momento en que nos conocimos, sólo he sido un jodido extraño para ti.
Siento mi cuerpo estremecerse ante la magnitud de sus palabras, que logran dejarme completamente desequilibrada. Lo miro con una mueca que expresa mi desentendimiento.
—¿A qué te refieres con eso?
—Nada en especial. Es más, olvida todo lo que dije —su voz cambia a un tono indiferente—, eso es lo que siempre haces mejor. Olvidar.
Niego enseguida. Completamente perdida ante sus palabras que no hacen ningún sentido. ¿O sí?
—No, no voy a olvidarlo. Sé claro conmigo, no me gusta la incertidumbre. Ya te lo pregunté antes y te lo vuelvo a preguntar ahora —siento mi corazón latiendo demasiado fuerte; él me repara con una mirada gélida—. ¿Nos conocemos de alguna parte? —inquiero más alterada que de costumbre. Mis pulsaciones aceleradas.
Su aliento va acompañado de una risa sarcástica que me remueve las entrañas.
Abre la boca, vuelve a cerrarla y, justo cuando está a punto de decir algo, escucho la voz ronca de mi esposo.
—B-basta, basta, dejen de discutir —hasta ese momento no recordaba su presencia y aunque deseo saber, agradezco que nos haya interrumpido.
Me acerco más a él, ignorando la mirada aniquilante de Ryan, y siendo delicada acuno en mis manos el rostro de Connor, cuando lo miro a los ojos, me percato de sus pupilas dilatadas y del fuerte aliento a alcohol que penetra mis fosas nasales.
—¿Qué hiciste, Connor? —le preguntó con dulzura, siendo comprensiva con él, porque una parte de mí sabe que si no fuera por nuestra discusión de hace unas horas, jamás hubiera cruzado por su mente el pensamiento de tomar.
Y no digo que él no sea responsable de sus propias decisiones, pero sé que mis acciones hirientes también influyen en las suyas. Él tiene la culpa, pero yo también.
—¿T-te he dicho últimamente lo hermosa que eres...mi amor? —balbucea la pregunta, esbozando una sonrisa que me transmite una inmensa paz. Aunque su hermano me la arrebate en segundos cuando suelta un gruñido audible.
—Vamos a nuestra habitación, necesitas descansar, ¿está bien?
Él ladea la cabeza entre mis manos. Le regalo una sonrisa reconfortante y entonces se inclina para besarme, pero sus labios nunca llegan a tocar los míos, ya que Ryan es más rápido y aparta a Connor de mí mientras empieza a guiarlo hacia las escaleras, ignorándome por completo.
Me quedo de pie en el mismo lugar, un tanto descolocada por lo que acaba de suceder. Sacudo la cabeza en un intento de restarle importancia a lo que acaba de hacer Ryan, e intento recuperar mi cordura. Cuando vuelvo a levantar la mirada, él está viendo en mi dirección con un semblante serio, pero también desequilibrado.
—¿Vienes o piensas quedarte ahí de pie todo la noche observando a la nada? —suelta con ese tono desinteresado, pero soy capaz de percibir la nota de sarcasmo en su voz.
Pongo los ojos en blanco. Evidentemente irritada por su jodida actitud.
—¿Te mataría no ser un completo imbécil? —ironizo. Y en el instante en que proceso mis palabras, trago grueso, con las mejillas acaloradas.
Una sonrisa divertida se despliega en sus labios y siento que mi corazón late con fuerza contra mi caja torácica, pero no dura mucho porque por desgracia vuelve a abrir la boca.
—¿Y a ti te mataría ser menos odiosa?
Lo miro de mala gana. Una sensación de intranquilidad instalándose en mi pecho.
—¡Yo no soy odiosa! —inquiero con indignación.
—Lo estás siendo ahora mismo, Ada —se burla para después lanzarme una última mirada antes de empezar a subir escaleras arriba, ayudando a Connor sin ninguna dificultad.
Debería haber sabido que no necesitaba ayuda. Su cuerpo alto y musculoso hace el trabajo. Me quedo observándolo por más de la cuenta mientras me pregunto que es lo que está sucediendo conmigo y porque siento que mi corazón está a punto de salirse mi pecho.
Cuando la respuesta que necesito para resolver el lío que se almacenan en mi cabeza no llega, me obligo a respirar hondo y sin más preámbulos les sigo, sabiendo que será una noche bastante larga.
Porque tengo la sensación de que Ryan se va a quedar en mi casa..., y para mi mala suerte también en mi vida.
Aunque sea lo último que quiero.
Porque no estoy lista para afrontar lo que comienzo a sentir y mucho menos lo que dejo de sentir.