Una oportunidad

1278 Words
La primera semana pasó enseguida. Aunque mi mesa de trabajo estaba en el pasillo, solía pasar mucho tiempo en el despacho de Daniel repasando candidatos y seleccionando distintos métodos de elección según los puestos, así que no podía hacer guardia para alegrarme la vista con el jefe. Sin embargo, Daniel también era digno de admiración, y más cuando sonreía, que era muy a menudo, y como pasaba todo el tiempo con él, mis reacciones hormonales ante el recuerdo del señor Bianchi se habían enfriado, y mi cuerpo estaba empezando a reaccionar ante él. El viernes, durante el desayuno, los compañeros del departamento propusieron ir a tomar algo el sábado por la noche. Como era mi primera semana y quería ser sociable – y yo no solía serlo, era más del tipo de personas que pasan su tiempo libre en casa leyendo o pintando- acepté la invitación. Daniel se enteró del plan algo más tarde y también se apuntó. El sábado dediqué la mañana a limpiar, ya que compartía casa con una excompañera de mi anterior trabajo, pero ella apenas pasaba por allí debido a que solía quedarse con su novio. Seguramente, pronto tendría que buscar otra persona con quien compartir el piso, lo cual no me apetecía nada, porque es muy complicado encontrar a alguien decente sin manías raras y aceptablemente limpio. Descansé un rato tras la comida, para poder aguantar toda la noche despierta si era necesario, ya que no sabía lo juerguistas que podrían resultar mis nuevos colegas de departamento. No me gustaba llamar la atención, por mi timidez, pero obviamente me gustaba verme guapa, así que me puse un vestido azul eléctrico ajustado hasta la rodilla, con una raja a un lado que dejaba ver mi muslo izquierdo, parte del tatuaje de la constelación de Tauro -mi signo del zodíaco- y, lo que era más importante, me permitía andar sin reventar el vestido. Sobre el vestido, mi chaqueta negra de cuero. Y por supuesto unos botines de tacón no muy estrecho -vuelvo a recordar que soy muy patosa en tacones-. Me ondulé un poco mi pelo caoba, aunque ya lo tenía ondulado, pero las ondas hechas con moldeador eran más perfectas. Decidí tintármelo tras la ruptura con mi ex debido a sus infidelidades. Lo típico, lo sé, pero mi color castaño oscuro me llevaba aburriendo mucho tiempo. Cuando llegué al bar donde habíamos quedado, ya había un grupo numeroso. Casi todos mis compañeros eran muy amables, aunque no tenían el nivel de atractivo de De Santos y Bianchi -menos mal, porque había llevado a pensar que igual era una agencia de súper modelos, y yo no cumplía el perfil-, y había dos chicas con las que había congeniado más que con el resto. Una de ellas era la muchacha de recepción de mi planta que me había recibido el primer día, su nombre era Naomi, y además de dulce era muy guapa, morena de ojos negros. La otra chica era Laura, menuda y de pelo rizado rubio como una leona, también muy guapa y muy alegre y loca. Pertenecía al departamento de administración. Estaba hablando con ellas cuando noté una mano en mi espalda baja. -Estás aún más guapa que en la oficina -me habló al oído Daniel, ya que el ruido y la música hacía difícil que lo escuchara. O eso me dije a mí misma. -Gracias, jefe -le respondí inocentemente. -Me gustaría que no me vieras como a un jefe, somos compañeros, trabajamos juntos. De hecho, me gustaría que fuéramos, AL MENOS, amigos -me colocó un mechón detrás de la oreja, e instintivamente di un paso hacia atrás. Mi espacio personal es como un muro, y no me siento cómoda si lo invaden. -Jefe, creo que ha bebido más de la cuenta – acerté a decir, porque estaba segura de que eso había sido un coqueteo y no sabía si el lunes en la oficina iba a resultar incómodo. No obstante, una parte de mí estaba encantada de que ese héroe griego estuviera ligando conmigo, aunque fuese producto del alcohol. Me alejé de él el resto de la noche, no quería que mis compañeros pensaran que en mi primera semana ya le había echado el lazo a mi superior. Las dos siguientes semanas fueron un poco raras. Daniel me lanzaba pequeñas indirectas cargadas de flirteo a las que yo la mayoría de las veces no sabía responder y me sonrojaba, lo que al parecer le divertía más. Por otra parte, un par de veces me crucé con la mirada inalterable del señor Bianchi, y en esos breves momentos algo en mi interior se calentaba. El director de la empresa era de otro mundo, jugaba en otra liga, era inalcanzable, pero ¡Madre de Dios! Fantasear con él era gratis. Daniel era muy guapo, parecía tener interés en mí y yo creía que me atraía, pero desde la noche en que me colocó el mechón detrás de la oreja y mi cuerpo reaccionó al revés, estaba confundida. Siempre había hecho caso a mis intuiciones, y sentir la invasión del espacio personal como una amenaza no era habitual cuando alguien me gustaba. Normalmente, era una reacción innata ante desconocidos o personas con las que no tenía confianza y yo consideraba a Daniel bastante fiable. Estaba en una de mis reflexiones mentales de este tipo cuando Daniel se acercó a mi mesa y me preguntó de sopetón: -¿Cenarías conmigo esta noche? Me han dicho que han abierto un nuevo restaurante italiano en la avenida y como me dijiste que te gusta la pasta, pensé que querrías acompañarme a probarlo -sonrió con su encanto habitual que humedecería a cualquiera con ojos en la cara. -Hoy preferiría no hacerlo, no me gusta cenar fuera entre semana -vi su cara de decepción y no pude resistirme-, pero si la invitación vale para el sábado, aceptaría encantada. -Genial, haré una reserva para el sábado -cuando sonreía parecía un niño pequeño. Aún era miércoles, y había decidido que en función de cómo fueran los dos días siguientes, cancelaría o no la cita. Por eso había preferido esperar un poco para cenar con él, quería darle tiempo a mi mente para saber si estaba haciendo lo correcto. La política de la empresa no mencionaba nada sobre ello, pero podía resultar incómodo si daba un paso adelante y luego me arrepentía. O si resultaba ser un c*****o, que también cabía la posibilidad dado mi historial amoroso. El jueves amaneció lloviendo y con mucho viento, por lo que llegué al trabajo empapada. Me metí en el baño a secarme un poco el pelo -que me llegaba a la cintura- con una toalla que pedí en la enfermería. El baño estaba al final del pasillo de la izquierda, donde trabajaba el señor Bianchi, pero confiaba en que no me viera de esa guisa al ser muy temprano. Cuando me di por vencida ante el espejo, asumiendo que no podía hacer nada más y que mi pelo iba a secarse a su aire formando ondas y rizos donde se le antojara, salí del baño con la cabeza gacha, pero me tropecé contra un muro con traje. -¡Ay! -exclamé al verme rebotada y perder el equilibrio. Unos brazos fuertes me agarraron antes de que mi culo golpeara el suelo. -¿Por qué no miras por dónde vas? -escuché esa voz inconfundible que se había grabado dentro de mí desde el primer día. Levanté la vista, me erguí lo más digna que pude, echando mi pelo hacia atrás – sin recordar que gracias a la lluvia no me quedaba ni gota del poco maquillaje que usaba- y lo miré con el ceño fruncido.
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