Un favor al jefe

2153 Words
-Disculpe, señor Bianchi, no sé en su mundo cómo será, pero en el mío, cuando uno abre la puerta para salir, no sabe lo que hay detrás de la puerta. Es la persona que va a entrar la que tiene que asegurarse de que no haya nadie. Pero si le he arrugado su bonito y caro traje con mi cara, le pido perdón -sacudí la solapa de su chaqueta donde había calculado que mi rostro había chocado contra esos músculos tallados por los mismísimos dioses, y su expresión pasó de la sorpresa a… ¿la risa? -Señorita Sainz, no la había reconocido. Está muy guapa así al natural, aunque le recomiendo de cara al futuro que recoja su pelo, porque está claro que le dificulta la visión. -Y yo le recomiendo, señor Bianchi, de cara al futuro, que llame a todas las mujeres “señoras” puesto que el uso de la palabra señorita se ha contemplado como un micromachismo, tanto si se usa con respecto a la edad como a la soltería -solté mientras me alisaba mi ropa empapada. Había sonado pedante, lo sé, pero no se me ocurría otra manera de molestarlo, así que me poseyó mi parte de sabelotodo. El señor Bianchi entrecerró los ojos y frunció los labios, pensativo. Tras unos segundos, volvió a hablar. -Señora Sainz, necesito que me acompañe a un evento esta tarde. Esperaba todo menos eso. ¿Un evento? ¿Yo? ¿Por qué yo? -Emmm. No creo que yo esté cualificada ni ese es mi trabajo, señor. -Eres de recursos humanos, ¿no? Lo único que necesito es que me acompañes y anotes todo lo que ves incorrecto y qué mejoras se te ocurrirían. Es un pequeño aperitivo en una empresa pequeña que se quiere afiliar a la nuestra. -Pero… -quise protestar, no me veía capaz. -Se te olvida, Ava, que soy tu jefe. Te he pedido que hagas horas extras, ya que está programado para las 7 de la tarde de hoy, y aunque tu horario de trabajo acaba a las 3, comeremos juntos y te explicaré un poco mejor lo que espero de ti. Las horas te serán retribuidas apropiadamente, y puedes negarte, pero ambos sabemos que no es bueno para la imagen que quieres proyectar en tu nuevo empleo, ¿no? Joder. Era un puñetero bombón con cara de ángel pero esa mirada afilada y ese tono lo hacían parecer un demonio, mi primera impresión había sido la correcta. -Está bien. Pero necesito que me diga si tengo que llevar un atuendo especial, ya que no me ha dado margen para prepararme -asumí derrotada. Me miró de arriba abajo. -Aunque admito que estás jodidamente atractiva tan mojada -perdona, ¿lo que acababa de escuchar había sido real?-, no quiero que te resfríes y lo pongas de excusa para rechazar el evento de esta tarde -puse los ojos en blanco-, así que vete a casa, cámbiate de ropa y ve a la boutique Nero. Allí sabrán qué ofrecerte. Después, te veo en mi despacho a las 2. Sé puntual, por favor. Se dio la vuelta y se fue, dejándome plantada allí mismo con cara de tonta. Era la segunda vez que había hablado con él y era la segunda vez que se había ido así. No me gustaba la costumbre que estaba tomando. Y así es como de repente tenía que compartir unas cuantas horas con un hombre que me derretía por dentro pero al que quería darle una patada en el culo por momentos. Me fui a casa, me di una ducha caliente, me recogí el pelo en una trenza y busqué en Google la boutique Nero. Dios de mi vida. Tenía venta on line, pero los vestidos no bajaban de los 300 euros. Mi sueldo no me permitía algo así, pero podía ir, ver qué tipo de vestidos me enseñaban, declinar la oferta y buscar uno del mismo estilo en alguna tienda más asequible. La boutique Nero estaba cerca de mi trabajo, lo cual agradecí porque no me oriento muy bien. Llegué allí y una mujer muy estirada se acercó al entrar. -Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?-preguntó de forma profesional. -Pues verá, me ha enviado mi jefe y me ha dicho que ustedes sabrían qué ofrecerme para un evento de mañana. -¡Oh, es la asistente del señor Bianchi! Tenemos unos cuantos vestidos para la ocasión. Elija el que más le guste. El señor nos ha pedido que lo pongamos en su cuenta, así que su única misión es decidirse por uno -mejor no molestarse en averiguar por qué el señor Bianchi conocía a esta mujer y por qué tenía una cuenta en esta tienda de ropa. Abrí la boca para ¿protestar? No tenía sentido, en realidad era un evento al que él me obligaba a ir, así que era lógico que quisiera encargarse de la vestimenta. Los vestidos eran discretos, por la rodilla, en colores sobrios. Había cuatro. Uno era n***o, ajustado, con escote a la caja. Me recordaba a los funerales así que lo descarté. El segundo era en tono crudo, con un solo hombro y una especie de lazo a un lado en la cadera. Lo descarté también, ese color no le favorecía en absoluto a alguien tan blanca como yo. El siguiente era color vino tinto, con escote palabra de honor, pero como yo no tenía mucho pecho, temía que no se me sujetara bien y diera un espectáculo durante el evento, así que me quedé con el último, de color verde esmeralda y un bonito escote con pequeñas transparencias. Además, combinaba bien con mi color de pelo y con mis ojos que, aunque eran azules, no tenían un color uniforme, así que el color de la ropa los hacía ir del azul grisáceo al azul verdoso. Genial, ya tenía el vestido. Tampoco es que quisiera deslumbrar al jefe, en realidad estaba decidida a darle una oportunidad a Daniel. Solo necesitaba que acabara ya mi tortura. Odiaba los cambios de última hora incluso más que madrugar. Cuando dieron las 2 suspiré y toqué un par de veces en la puerta del señor Bianchi. -Pasa, Ava -vaya, sabía que era yo. Entré y me quedé pasmada al verlo. Se había quitado la chaqueta del traje y, aunque esta mañana sí llevaba corbata, ahora no la tenía. Se había desabrochado los botones superiores de su camisa azul celeste y se había remangado las mangas, lo que permitía vislumbrar sus tonificados pectorales y bíceps. En resumen, que estaba babeando ante él. Me miró con una ceja levantada. -¿Vas a sentarte, o prefieres admirarme de pie? Me senté inmediatamente en la silla que había delante de su escritorio, roja como un tomate. Escuché una risita, pero la ignoré, no quería seguir cagándola. Sacó unos papeles y me los ofreció. -Esta es la empresa que vamos a visitar esta tarde. Ahí tienes los datos de la plantilla, las bajas y altas del último año, la organización y la productividad. Tómate tu tiempo para hacerte una idea de ellos, luego comeremos, y después hablamos de tus conclusiones. Tendremos que salir de aquí a las 6 y media, por lo que daremos por finalizada la reunión a las 6, para que podamos prepararnos. Aunque me sentía un poco cohibida haciendo ese trabajo en su despacho junto a él, una vez concentrada en mis objetivos los nervios se fueron. La empresa resultó ser una pequeña fábrica de componentes y piezas tanto de pequeños electrodomésticos como de informática, y mi jefe había aceptado la invitación porque ellos estaban interesados en trabajar para nuestra empresa proporcionándonos parte del hardware -yo trabajaba para una emergente marca de productos informáticos-, aunque yo no entendía cómo podía estar interesado en esa pequeña fusión si teníamos proveedores mucho más grandes. De todas formas, revisé los datos que me había dado, hice una gráfica de la productividad con respecto a varios sucesos que podían estar influyendo en ella, y apunté varias dudas que me surgían en cuanto a los permisos y las faltas de la plantilla. Bianchi salió en algún momento mientras yo estaba elaborando la gráfica y volvió cuando estaba terminando de hacer el pequeño informe. -Hora de comer -anunció, y al levantar la vista del papel lo vi con una caja de pizza y una bolsa con dos botellas de agua. -Vaya, no le imaginaba comiendo pizza -quizás algún día aprendería a pensar antes de hablar, pero ese no era el día. -Ah, ¿no? ¿Y de qué crees que me alimento? ¿Caviar y champán francés? ¿Langosta? -dijo con sorna. Al menos no le había molestado mi comentario. -Más bien de almas vírgenes y puras -murmuré en un tono suficientemente bajo como para que un oído corriente no lo escuchara. -SEÑORITA Sainz -vale, este hombre no era corriente, y también era como un grano en el culo, ya que seguía llamándome señorita, y estoy segura de que lo hacía para incomodarme-. Aún no he sacado el tridente con usted, así que le rogaría que evitara cualquier alusión al diablo delante de mí. No creo que quiera verme haciendo maldades. ¿Había subido la temperatura con esa última frase? A ver si resultaba que sí era Lucifer y su despacho era el infierno, porque al escucharlo decir maldades sentí fuego en mi interior. -Discúlpeme, señor Bianchi, no hay nada que desee menos que el hecho de que usted me saque su tridente -este hombre me incitaba a decir estas cosas, cada vez estaba más segura de que era el demonio. -Quizá deberíamos dejar la pizza para otro momento y pasar al postre -se acercó a mi sitio y se inclinó para quedar a mi altura. Olía muy bien e instintivamente me acerqué a él, pero me di cuenta a tiempo y me levanté como un resorte, alisando mi ropa distraídamente. -Señor Bianchi, se nos hace tarde. Vamos a comer y le mostraré lo que me ha pedido -por poco no había caído en sus garras, y debía hacer todo el esfuerzo posible para mantener mi actitud profesional. Mi jefe sonrió de lado y se enderezó. Apartó los papeles y abrió la caja de pizza. Me ofreció una botella de agua y comimos en silencio. Cuando acabamos, cogió la caja y las botellas, las sacó al pasillo donde los limpiadores tenían sus bolsas de basura y reciclaje, y volvió a entrar. -Bien, ¿por dónde íbamos? Usted iba a mostrarme las conclusiones del pequeño estudio -a veces me tuteaba, otras me hablaba de usted. Iba a volverme loca en todos los sentidos. Le enseñé el informe, hablamos sobre los datos e hicimos una pequeña estrategia para la reunión de la tarde. Después, ya más relajados, me preguntó si tenía alguna duda. -La verdad es que tengo varias, si no le importa responderme -parecía que había enterrado el tridente y estaba un poco más amable, así que probaría a preguntar. -Si me conviene las responderé, y si no… -levantó los hombros en actitud de disculpa. -¿Por qué le interesa esta empresa? Tenemos mejores proveedores, además de que no nos ofrecen nada innovador ni distinto a lo que podemos conseguir más fácilmente. Lo pensó durante unos minutos y, cuando parecía que no iba a responder, habló. -Es una empresa familiar, que está pasando por un mal momento. Empezó como un pequeño taller que daba trabajo a dos familias y ahora tienen casi 80 trabajadores. Podría decirte que me da pena que esos trabajadores se queden en la calle, pero no es así. Lo que me mueve es que su creador era mi profesor en la universidad, y fue uno de los pocos que se sabía mi nombre. Era uno de los pocos con los que hablé tras las clases, y era uno de los pocos que transmitían su vocación con sus palabras. Además era un hombre bueno y justo. Murió el año pasado, y son sus dos hijos quienes están intentando reflotar la empresa -su mirada estaba perdida, imagino que recordando a ese profesor-. Por eso quiero que me digas si esa empresa es viable o nos va a dar más quebraderos de cabeza que otra cosa. Aunque le tengo mucho aprecio a ese hombre, mis negocios son mis negocios, y yo también tengo un montón de trabajadores a los que proteger. -Está bien -me había conmovido, no era el hombre borde y quisquilloso todo el tiempo-. Como ya le he dicho, a priori, parece que haciendo algunos ajustes en horarios, formación y organización, podría haber bastantes mejoras en productividad, pero eso me lleva a la otra duda que tengo. -Dispara -contestó volviendo a dirigir su mirada penetrante hacia mí. -¿No cree que este trabajo que me ha encargado a mí lo haría mejor De Santos? Después de todo, él es el director de Recursos Humanos, él está acostumbrado a tratar estos temas. Yo soy muy nueva en este sector
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