Aunque Oliver se fue de la empresa sin decir palabra alguna, a la media hora me llegó un pedido de comida. Creí que estaría enojado conmigo, que no quería verme nunca más después de haberle confesado uno de mis mayores secretos. Me hizo sentir muy mal el que, aunque Oliver estaba herido por mi culpa, seguía pensando en mi bienestar, lo cual demostraba la persona gentil que era; pero reflejaba que yo era todo lo contrario. El almuerzo era una salsa de carnes con papas y ensalada, además de un pequeño postre de chocolate con arequipe que me hizo recordar a mi niñez. Una comida tan deliciosa, sorpresivamente, me hizo sentir sumamente triste. —Uh… Emma, ¿tienes algún enamorado que te envió hoy el almuerzo? —comentó Olivia al entrar a la oficina y sentarse al otro lado del escritorio. Aca