Cuando me encontraba en último año de preparatoria a nuestro salón de clases llegó una estudiante nueva llamada Nidia Polat, como todos en el colegio Andes, provenía de familia adinerada y de gran prestigio, de hecho, su familia era mucho más poderosa que la de Eloísa.
Nidia era diferente a los demás en aquella escuela, a ella no le gustaba la injusticia, no era de las que acostumbraban a hacerse de la vista gorda si veía a alguien maltratando a otra persona más débil. Por estas razones pronto se hizo enemiga de Eloísa y Alexa.
Y un día Nidia apareció muerta en el colegio, según, se había lanzado del balcón más alto de la escuela.
O eso fue lo que todos creyeron.
Pero yo he tenido todo este tiempo el recuerdo tan fresco de cómo Eloísa se acercó a mí, me levantó del cabello, obligándome a ponerme de pie del piso lleno de sangre y me recostó a la pared.
—Si dices una sola palabra, terminarás como ella —me dijo mientras sonreía oscuramente.
Cuando ellas me dejaron escapar de la escuela, hui hasta encontrarme en la playa, recuerdo estar sola y llorar con todas mis fuerzas.
Habían asesinado a Nidia por intentar ayudarme. Asesinaron a Nidia Polat por mi culpa.
Pero me volví tan cobarde después de haberla visto caer por el balcón que no logré pronunciar ni una sola palabra por el resto del año. Mis padres creyeron que era rebeldía, pero después una psicóloga les informó que tenía un trauma.
Todo mi cuerpo respondió a la amenaza de Eloísa y se lo tomó tan en serio que no podía pronunciar ni una sola palabra.
Y, aunque con el paso del tiempo, también con terapias psicológicas, pude recuperar el habla, por las noches, sobre todo a finales de año, recordaba en pesadillas la tarde en que Eloísa empujó a Nidia por el balcón de la escuela mientras forcejeaban. Y yo no hice nada para impedirlo, seguía ahí, arrodillada en el piso, con todo el rostro lleno de sangre que se escurría en mi barbilla y goteaba.
—Si dices una sola palabra, terminarás como ella —me sigue diciendo Eloísa en las pesadillas mientras sonríe siniestramente.
Ahora la misma playa en la que me acerqué a llorar la muerte de Nidia la visito todos los años en su aniversario, pero hace unos años que no vengo sola, ahora alguien me acompaña. Una tarde encontré en el mismo lugar a un hombre que nunca creí que volvería a ver: Jader Polat, primo de Nidia.
Aquel encuentro se dio tan natural, los dos compartíamos el mismo dolor. Nos sentamos en la arena mientras apreciábamos el atardecer. Y por primera vez quise hablar de ese día, Jader sabía que yo conocía a los responsables de la muerte de su prima, por eso me había buscado.
—Por favor, dime quién la asesinó —pidió con tristeza—, sé que ella no se suicidó o que fue un accidente. Sé que la asesinaron.
—Si te digo quién fue, ¿prometes que me creerás? —Voltee a verlo con lágrimas en los ojos.
—Claro que sí —aceptó—. Sé que eras la única amiga que ella tenía en ese colegio.
—Yo no era su amiga —solté mientras las lágrimas se derramaban por mis mejillas—. Nunca fui su amiga.
—No digas eso, Nidia te quería mucho, eran mejores amigas —replicó.
—Si hubiera sido de verdad su amiga, la habría salvado, la habría defendido —solté en un gruñido—. Pero fui cobarde…
—¿De qué debiste defenderla? —No fui capaz de responder, así que insistió—: Emma, ¿de qué tuviste que defender a Nidia?
—De ellas —contesté por fin—. Tuve que defenderla cuando Eloísa Mars la aventó por el balcón.
—¿Eloísa Mars? ¿De la familia Mars? —preguntó sorprendido y extrañado—. ¿La misma que se acaba de casar con Oliver Bosson?
—Sí, estudiábamos juntas —contesté—. Esa tarde ellas pelearon porque Nidia encontró a Eloísa golpeándome y quiso defenderme. Pero Eloísa no estaba sola, también estaba Alexa y ella vio todo. Alexa vio que Nidia comenzó a golpear fuertemente a Eloísa y también empezó a golpearla para defender a su mejor amiga. Así que yo también intercedí, alejando a Alexa, pero ella era mucho más fuerte que yo, me tiró con fuerza al suelo y comenzó a golpearme. Después escuchamos un grito y vimos que Eloísa tenía a… —solté el llanto con fuerza—. Eloísa tenía a Nidia recostada al balcón, casi a punto de tirarla… y… sí, lo hizo, la lanzó.
Jader estaba llorando en silencio, observando fijamente en el horizonte la puesta de sol. Era una tarde demasiado linda para una historia tan oscura como la que yo relataba.
El cuerpo de Jader comenzó a temblar, después lo oí soltar un fuerte grito, arrodillándose en la arena y apretando los puños.
En ese momento conocí la envidia, yo quería soltar el dolor que sentía por dentro como lo hacía Jader, pero no podía, porque necesitaba convertirlo en un odio tan poderoso que me permitiera asesinar a Eloísa y Alexa.
Cuando Jader pudo desahogarse, terminó acostado boca arriba sobre la arena, observando el cielo que ya se encontraba lleno de estrellas y algunas nubes.
—Dime qué tienes planeado para vengarte de todo lo que ellas hicieron —dijo Jader mientras volteaba lentamente para observarme—. Dime que todo este tiempo que te has mantenido en silencio es porque quieres vengar la muerte de Nidia.
—Claro que sí —respondí con dureza—. La muerte de Nidia no será en vano. Ellas pagarán eso y más por todo lo que han hecho.
—Déjame ayudarte —pidió Jader—. También quiero verlas sufrir.
—¿Estás seguro?
—Más que seguro.
Así fue como surgió nuestra alianza, una compartida por el mismo odio hacia Eloísa y Alexa.
Jader fue el encargado de destruir el matrimonio de Eloísa y el presidente Oliver, convirtiéndose en el amante de ella. La ingenua Eloísa no imaginaba que en cada cita que invitaba a Jader a su casa, él colocaba una cámara o un micrófono donde podíamos escuchar y ver todo lo que sucedía en su vida privada, tomando toda la evidencia que necesitábamos para hundirla.
También Jader se encargó de hacerse amigo del presidente Oliver, hacer que empezara a sospechar hasta que hizo que lo descubriera a propósito teniendo sexo con Eloísa. Era la única forma en que el presidente podía darse cuenta de la clase de mujer con la que vivía.
El presidente ni se imagina que la desgracia de su matrimonio fue ocasionada en parte por los planes que he creado con Jader, y, aun así, ahí me tenía, a su lado, convertida en su amante, almorzando con él en uno de los restaurantes más prestigiosos de la ciudad.
Mientras lo observaba comer, me preguntaba cómo reaccionaría si le dijera que nosotros planeamos el que descubriera esa noche la infidelidad de su mujer. A la vez pensaba en que le habíamos hecho un favor, le quitamos la venda de negación que por años tuvo puesta y que hasta se amarraba fuerte para no ver la realidad.
—¿Por qué se casó con su esposa si ya sabía que le era infiel? —pregunté de repente.
El presidente Oliver estuvo a punto de atragantarse con la comida, pero logró reponerse de la impresión y pensó en si debía responder o no.
—¿Sabes lo que significan diez años de relación? —cuestionó.
—No, nunca he tenido novio —informé con tono casual.
—Me hice novio de Eloísa cuando tenía trece años, toda mi vida la he pasado a su lado —comentó—, la conozco desde siempre. Nuestra familia estaba muy de acuerdo con nuestra relación, quería que nos casáramos. Así que toda mi vida creí que debía estar con ella. Por eso, creí que al casarse conmigo dejaría sus aventuras y se concentraría en nuestro matrimonio.
—¿Creía que ella nada más tenía aventuras?
—Bueno, es modelo, viaja constantemente y conoce a muchas personas, así que pasamos poco tiempo juntos —explicó mientras cortaba con los cubiertos el filete en su plato—. Es una mujer sumamente hermosa que tiene a muchos hombres a sus pies, así que dicen que eso es normal. De hecho, también pensé un tiempo en hacer lo mismo, que viviéramos una relación abierta, pero a mí no me gusta eso.
—Usted le es fiel a una sola mujer —comenté.
—Exactamente, yo me casé y en mi familia el matrimonio es sagrado.
—Pero ahora se consiguió una amante.
Alzó la mirada de su plato y me observó con curiosidad, impresionado por mi forma de hablarle.
—Sí, pero es porque ya estoy pensando en divorciarme —informó, restándole importancia al asunto—. Además, nuestra relación es diferente, yo no haré nada que tú no quieras.
—Entonces, si yo quiero tener sexo con usted, ¿aceptaría? —cuestioné.
Mostró una sonrisa y negó ligeramente.
—Al parecer usted todavía no está preparado para hacerle daño a su matrimonio —informé—. Se le hará muy difícil vengarse de la mujer que tanto le ha destruido la vida, ¿y sabe por qué?
—¿Por qué? —preguntó con seriedad y un poco de enojo.
—Porque aún no concibe la magnitud del daño que ella le ha hecho a usted y a todo su alrededor —respondí.
—Hablas con tanta seguridad, ¿acaso crees que conoces todo de nuestra relación? ¿O al menos sabes algo de mi vida? —soltó enfadado, dejando los cubiertos en el plato con rudeza.
Hice un momento de silencio, esperando a que él analizara la situación. Después, su mirada hacia mí se llenó de impresión.
—¿Me has investigado? —preguntó, ahora también lleno de miedo.
—Señor Oliver, ¿le gustaría conocer quién es en realidad su esposa? —pregunté—. ¿Quiere ver todo el daño que ella le ha hecho?
En ese momento no lo vi, pero la venda estaba cayendo de los ojos del presidente Oliver. Sabía que acababa de encontrar a la persona que le ayudaría a responder todas las dudas que por años estuvo acumulando sobre esa mujer que por mucho tiempo creyó era el amor de su vida, cuando en realidad se trataba del mismísimo demonio.
—Si tienes pruebas que debo conocer, quiero que las muestres —ordenó el hombre.
Aunque en el paso el presidente también cometió un grave error, confió tan ciegamente en mí que se olvidó que yo también tenía una venganza que culminar y no me importaría quién estuviera en el lugar de la explosión, dejaría que se quemara. No salvaría a nadie de la destrucción, ni siquiera a él.
—Bien, si quiere comenzar a conocer a su esposa, vaya a este banco y busque a esta persona. —Saqué una agenda de mi bolso, así como también un esfero, escribí en una hoja los datos, la arranqué y se la pasé—. Con esto sé que usted mismo seguirá buscando información que le demuestre con qué persona ha vivido. Aunque le advierto que tenga cuidado y no intente hacer un movimiento arriesgado.
—Bien, seré discreto —aceptó mientras tomaba el papel y lo guardaba en el bolsillo interno de su traje oscuro.