Cuando Aureliano me llamó para citarme a la salida del trabajo supe para qué era, además lo que me diría. Al estar en el restaurante bar del centro, a tres cuadras de mi empresa, sentí el tiempo correr demasiado lento. Mi pierna derecha temblaba impaciente y comencé a comerme las uñas por la desesperación. Cuando un mesero se acercó para preguntarme qué iba a pedir, decidí tomar algo de alcohol, porque se me hizo demasiado tortuosa la espera, así que pedí un vodka doble. Pasado diez minutos de espera, vi que Aureliano llegó, traía puesto un abrigo n***o que lo hacía ver mucho más robusto de lo que ya era; traía en su mano derecha un sobre de manila marrón. Nuestras miradas se encontraron con rapidez, así que llegó directo a la mesa de madera rústica donde me encontraba. —Hola, he