Parte 2: la propuesta

1699 Words
A veces paso noches enteras sin dormir, recordando el baño de la escuela, donde Eloísa y su amiga Alexa les gustaba encerrarme hasta que yo suplicara e implorara que me dejaran salir. Muchas veces se marchaban de la escuela y me dejaban allí, por lo cual anochecía y me encontraba a oscuras. El vigilante de la escuela ya me conocía y me preguntaba: —¿Por qué no informas de esto a las directivas? Pero… ¿cómo podría hacerlo si el tío de Alexa era el dueño del colegio y la familia de Eloísa su mayor donador? No sé cómo pensé en un tiempo que Alexa era mi mejor amiga. Su familia y la mía son vecinas, nuestras madres son amigas cercanas y a ella la conocía de toda la vida. Éramos casi inseparables en la infancia. Cuando nos hicimos adolescentes, nos gustaba escuchar la misma música e íbamos a fiestas juntas. Yo le contaba sobre los chicos que me gustaban y ella también sobre los suyos. De hecho, le ayudé con el que se hizo su primer novio, era quien le llevaba los comunicados, funcionando de puente entre los dos. En mi mesita de noche había un portarretrato con una foto donde aparecíamos abrazadas y sonrientes. En mi diario ella me escribió la frase: “Eres la mejor amiga que me ha podido regalar la vida”. Pero ella le tenía miedo a Eloísa, la que siempre me molestaba. Aunque todo iba bien mientras Eloísa no molestaba a Alexa. Solía decirme… —Simplemente ignórala, así se cansará y dejará de meterse contigo. —Y yo le hacía caso, sin imaginarme que de esta forma Eloísa se sentiría más confiada en maltratarme. Pasó cuando Alexa en décimo grado comenzó a estudiar en el mismo salón que yo, por ende, también con Eloísa. Atribuí a su sorpresiva amistad con Eloísa como un método de supervivencia. Y cuando dejó de ser mi amiga, entendí que ella nunca permitiría que Eloísa le hiciera daño, porque prefería ser también una agresora antes que una víctima. Con esto comprendí el por qué Alexa nunca me defendió cuando vio a Eloísa golpearme u ofenderme. Yo nunca tuve una verdadera amiga, Alexa simplemente buscaba a la persona que mejor le beneficiara, y esa evidentemente nunca sería yo. Llegó un tiempo en que ya no sabía si yo era una cosa que podían pisotear o seguía siendo una persona. Y pensar en la muerte era… el mejor descanso que podía tener. Y ahora estaba sentada frente al hombre más poderoso que conocía en mi círculo social, pidiéndome que fuera su amante. Dicen que uno se enamora con suma facilidad cuando esa persona es la única que no te hace daño y, contrario a ello, te trata lindo. Eso me pasó con Oliver Bosson, cuando supe que sería uno de mis jefes, creí que sería un hombre despiadado (era el esposo de Eloísa, por eso lo suponía). Pero, sorpresivamente, cada vez que me lo encontraba en los pasillos, me saludaba, recordando mi nombre; puede parecer algo insignificante, pero alguien de su rango, normalmente no se molesta por recordar el nombre de una simple asistente. Cuando debía presentar en las reuniones un plan de marketing, el presidente Oliver me felicitaba por mi buen trabajo. Así que, en cuestión de meses, mis ojos lo buscaban y mis pulmones suspiraban cuando lo veía pasar. Con una estatura de un metro con noventa centímetros, cuerpo de atleta, ojos verdes y cabello castaño claro, ¿cómo no considerarlo un hombre perfecto? Y si a eso se le agrega una personalidad seria, pero gentil con sus empleados, tenemos al jefe ideal para fantasear. Ah… y ni qué decir de la elegancia para vestir, tiene un gusto exquisito que demuestra que viene de la más alta alcurnia. El problema es su mal gusto para elegir esposa. Y también amantes. —¿Usted está enterado de que su esposa me odia? —le pregunté al presidente después de escuchar su propuesta. —Lo sé, tengo entendido que no se llevan bien —respondió él, acomodándose en su sillón de cuero—. Por lo que he podido averiguar, ustedes estudiaron en el mismo colegio. —Sí, desgraciadamente —musité mientras bajaba la mirada a mis manos. —¿Ella te molestó cuando estudiaron juntas? Con aquella pregunta entendí que había escuchado lo que dije entre dientes. Pensé dos veces antes de responder, comprendiendo que lo mejor era no revelarle mi pasado. —¿Por qué quiere que me convierta en su amante? —pregunté, volviendo a alzar la mirada. El presidente Oliver se tomó su tiempo para responder. —Creo que los dos tenemos algo en común —respondió—, a los dos la misma persona nos ha hecho la vida imposible. Retuve la respiración al escuchar aquellas palabras. En el tono de su voz pude encontrar odio y resentimiento, haciéndome preguntar, ¿qué tuvo que pasarle para que llegara a tomar una decisión tan fría y ruda? —¿No te gustaría vengarte de las personas que te han hecho daño? —preguntó y después añadió—: He visto a Alexa humillarte en el trabajo, te está explotando y es evidente que eres tú quien debe ocupar el cargo de Directora de Marketing, ¿acaso no es lo que quieres y por lo que el año pasado me viniste a reclamar? —Sí, pero ese asunto es con la señorita Alexa, no con su esposa —comenté. —Por favor, ya lo sé todo —replicó el presidente Oliver—. Te investigué. También he visto a Eloísa humillarte cuando viene a la empresa, se burla de ti junto a Alexa. Sé que ellas te hicieron la vida imposible cuando estudiaron juntas. Se me creó un nudo en la garganta, pero me obligué a no llorar frente a él. —¿Seguirás siendo cobarde o te vas a enfrentar a ellas? —preguntó con rudeza. —No soy una cobarde —gruñí mientras lo observaba fijamente—. No soy una cobarde —repetí entre dientes. —Entonces, ¿qué piensas hacer? —inquirió. —Yo las haré pagar —respondí—, pero a mi manera. —Calmé mi respiración que ya estaba temblorosa—. No sé cuál sea su plan, pero… sé que es muy diferente al mío. —Mi plan es jugar su juego —informó con tranquilidad—, la humillaré en su propio juego. —¿Buscando una amante? Me observó fijamente, como intentando buscar una respuesta. —Discúlpeme, pero ya que hablamos con tanta honestidad —dije—, todos en la empresa sabemos que ella le es infiel. De hecho, tengo entendido que le es infiel desde antes de casarse. Aquello incomodó al presidente, era más que obvio, apretaba los labios y después pasó a la resignación. —Sí, lo sé —aceptó—. Todo este tiempo lo he sabido. —Lo siento mucho por usted. —Fue lo único que se me ocurrió decir para ese incómodo momento. Miré por el gran ventanal detrás de él, ya había anochecido y comenzaba a tener hambre, me había saltado el almuerzo para adelantar el trabajo acumulado que normalmente tenía. Comenzaba a notar que aquella conversación con mi jefe se iba a extender por un largo rato y eso no me gustaba. —Entonces, ¿vas a aceptar? —me preguntó. —¿Fingiré ser su amante o será de verdad? —pregunté. —No te obligaré a hacer nada que no quieras —informó. No logré retener las ganas de recorrer con mis ojos lo que aquel escritorio donde estaba sentado me permitía contemplar de su cuerpo. Teniendo la oportunidad de acostarme con él, no podría resistirme a ello, llevaba cinco años más que enamorada de él. Así que para mí no suponía un problema si en el trato estaba incluido el sexo. Pero debía ocultar las ganas que le llevaba y mostrarme seria ante la situación. —Debe cumplir su palabra de darme el puesto de Directora de Marketing —informé—, es la única forma para que yo acceda. —Soy un hombre de palabra —dijo con seriedad, como quien concreta un negocio. —Entonces… ¿qué es lo que debo hacer?, ¿cuál es su plan? Nuestra conversación se escuchaba mucho como una reunión de negocios, hacía que me cuestionara si él de verdad me veía como una mujer deseable o como alguien que nada más le ayudaría a tener una fachada. —Bien, el plan a seguir es el siguiente —comenzó a decir mientras se acodaba sobre el escritorio de madera oscura—, deberemos encontrarnos todas las semanas en el hotel que he escogido, ¿conoces el Hotel Imperial? —¿El que queda en el centro? —Así es, en ese —aceptó—, una vez por semana deberemos encontrarnos allí después del trabajo, llegaremos por separado y estaremos allí por dos horas. —¿Haciendo qué? —inquirí. —Lo que sea —respondió, restándole importancia—. Lo que necesito es que se comience a sospechar de los dos de una forma muy sutil. —¿Por eso hoy le pidió a su secretaria que me llamara? —Sí, por eso nos quedamos los dos solos en la empresa —contestó. —Entonces, la idea es que todos se enteren que somos amantes. —Claro, debe llegar a oídos de Eloísa que somos amantes y que nos descubra —adujo. —¿Y qué pasará después? —Seguiremos siendo amantes. —Meditó un poco—. Necesito al menos un año. —¿Para qué? —Después del año debe ser ella quien me pida el divorcio —explicó—. Pero necesito que lo haga a súplica, debe sufrir. Para eso necesito tu ayuda, tienes que convertirte en su rival. Por lo mismo necesito a una persona que la odie y quiera hacerle daño, así que eres la mejor candidata para ello. —Entonces, lo que usted busca es una fachada de amante, no una amante real —puntualicé. —Claro, ¿es que acaso tú quieres lo contrario? —cuestionó.
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